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De política y cosas peores
1/11/2018 – Pebetina se llamaba aquella chica que vivía en la hermosa ciudad de Buenos Aires. Cierto día fue a confesarse. «Acúsome, padre, de que voy a casarme con un divorciado». Le dijo el confesor: «Respeto la decisión que ha tomado usted, hija. Pero antes medítela». Contestó Pebetina: «Ya me la medí, padre, y la sentí muy bien». Dos mujeres jóvenes hacían un viaje en autobús. No advirtieron que en el asiento de atrás iba dormitando un borrachín. Le preguntó una a la otra: «¿Tú las darías por 3 mil pesos? Me refiero a tus muchas cualidades». «Sí las daría» -replicó la otra. «¿Y por 2 mil?». «Quizá también». «¿Y por mil?». «A lo mejor». Intervino en eso el borrachín: «Cuando lleguen a los 200 pesos me despiertan. López Obrador está todavía en posibilidad de recobrar la confianza que ha perdido entre los inversionistas nacionales y extranjeros, y al mismo tiempo salvar la cara ante sus partidarios. Eso no lo conseguirá enviando a personeros suyos a hablar con los representantes del capital. La confianza se gana con hechos, no con palabras. Y los hechos positivos están muy a su alcance. Hay inversionistas dispuestos a terminar de construir el aeropuerto de Texcoco sin que el Gobierno deba comprometer un solo peso en esa obra, cuya cancelación, dicho sea de paso, costaría más que su terminación. ¿Que los particulares obtendrán de ella beneficios? Que los obtengan. Tienen derecho a una ganancia, y de su provecho derivarán beneficios para mucha gente. El anuncio de la cancelación del nuevo aeropuerto está perjudicando gravemente a la imagen no sólo de López Obrador, sino de México. AMLO puede paliar el daño haciendo que los empresarios interesados sigan adelante con ese proyecto sin costo para la Nación. No hacer eso equivale a poner de manifiesto una obsesión personal en contra de la obra de Texcoco, y mostrar un talante autoritario, por no decir despótico. Propiciar la continuación de la obra, en cambio, daría idea de un gobernante dispuesto a oír todas las voces-especialmente la de la razón-, en vez de confrontarse con grupos importantes de la población aun antes de empezar su gobierno Los comisionados que AMLO designó para hablar con los representantes de la iniciativa privada, y tranquilizarlos, cumplirían mejor su responsabilidad con México si hablarán más bien con López Obrador y lo tranquilizaran. «Quiero que me haga la castración». El cirujano del hospital quedó asombrado cuando el señor Venancio le hizo esa peregrina petición. «¿Cómo es eso?» -le preguntó admirado. Explicó don Venancio con su particular ceceo: «El doctor de mi pueblo me dijo que necesito que me hagan la castración, y yo tengo absoluta confianza en su criterio». «Pero, señor Venancio -le indicó el facultativo-, lo que usted me pide es algo sumamente delicado. Tendría yo que someterlo a una serie de exámenes a fin de ver si procede esa intervención tan drástica». «Nada, nada -replicó el señor Venancio, terco-. Hágame usted la castración». Ante la insistencia del paciente el facultativo pensó que debía confiar en la opinión de su colega. Además su esposa le estaba pidiendo que le cambiara el coche por otro de modelo más reciente. Procedió entonces a hacer la dicha castración. Acabada que fue la intervención le preguntó en su cuarto a don Venancio cómo se sentía. Respondió el señor: «Siento como si me hubieran quitado un enorme peso de encima. De abajo en este caso». Dijo el cirujano: «Estaré pendiente de usted para ver cómo evoluciona lo de su castración. Y ahora discúlpeme. Debo regresar al quirófano a hacer una circuncisión». «¡Coño! -exclamó don Venancio consternado-. ¡Ésa era la palabreja!». FIN.
MIRADOR.
El Padre Soárez platicaba con el Cristo de su iglesia. Le preguntó:
-Señor: ¿existe el infierno?
Le contestó Jesús:
-Antes de responder a tu pregunta permíteme contarte una parábola. Un niño pequeñito cometió una falta. Su padre lo encerró en un oscuro sótano. Todos los días lo sometía a torturas espantosas, a tormentos que no se pueden describir. Las penas y dolores que sufría la infeliz criatura no cesaban nunca. Y no cesó jamás el castigo que aquel hombre impuso al niño por la falta que a causa de su debilidad y su inconsciencia cometió.
-Señor -habló el Padre Soárez-. Con el debido respeto, me resulta muy difícil creer la parábola que me has narrado. No hay padre que castigue en esa forma tan cruel a un hijo suyo, por grave que haya sido la falta que cometió.
Dijo entonces Jesús:
-Soárez: tú mismo acabas de dar respuesta a la pregunta que me hiciste.
¡Hasta mañana!…