De política y cosas peores

Armando Fuentes

21/10/2018

«Tengo 30 años; soy bella y curvilínea y acabo de llegar al puerto después de un mes de vacaciones. Te cobraré mil pesos». Así le habló la musa de la noche al joven marinero. Respondió éste: «Yo tengo 20 años; soy guapo y musculoso y acabo de llegar al puerto después de seis meses en el mar. Te cobraré 500». Nos hallamos en la Edad Media. Un dragón se estaba comiendo a un caballero con todo y armadura. Le dijo a otro dragón: «Tienen el carapacho un poco duro, pero son sabrosos». Simpliciano, joven sin ciencia de la vida, llevó en su automóvil a Pirulina, muchacha sabidora, al Ensalivadero, solitario paraje al que solían ir las parejitas que no tenían dinero para pagarse un cuarto de motel. Ahí le preguntó: «Piru: si intento hacerte el amor ¿gritarás pidiendo ayuda?». Respondió la aventajada chica: «Sólo si la necesitas». Declaró don Chinguetas: «Mi esposa Macalota y yo somos inseparables. Nada menos ayer se necesitaron cuatro vecinos para separarnos». La hija de don Poseidón le comentó a su padre: «Voy a probarme el vestido de novia de mi mamá. Si me queda lo usaré en mi boda». Le preguntó el señor: «¿Estás embarazada de seis meses?». «¡Claro que no!» -se sorprendió la chica. Le hizo saber don Poseidón: «Entonces no te va a quedar». Sor Bette llevó a un día de campo a sus jóvenes alumnas del Colegio de la Reverberación. Al llegar a un ameno sitio campirano vieron a una gallinita que corría desalada seguida muy de cerca por el gallo. Sucedió por desgracia que la gallina atravesó el camino en el momento en que pasaba un raudo vehículo que la atropelló y dejó sin vida. «¿Lo ven, niñas? -aleccionó la monjita a sus pupilas-. Prefirió la muerte antes que consentir en el pecado». Hay pulgas inglesas, las de las ingles, y hay pulgas caninas, las de los perros. Dos de esta clase estaban conversando en la oreja de un caniche callejero. Le preguntó una a la otra: «¿Tú qué piensas? ¿Habrá vida en otros perros?». La mamá de Babalucas se preocupó bastante cuando supo que su hijo andaba de novio con una mujer de no muy buena fama, pues al parecer había tenido dimes y diretes con todos los hombres del pueblo. Aunque el pueblo no era grande la inquietud de la señora tenía fundamento: Ligerina Pompisdá -así se llamaba la aludida- a nadie negaba negaba nunca un vaso de agua. Así las cosas la señora habló con su hijo: «Baba -le dijo con maternal acento-, no puedes casarte con esa muchacha. Es promiscua». Respondió el badulaque: «No me importa a favor de quién está. Lo único que espero es que me sea fiel». Unos amigos bebían sus copas en el bar Becho, la cantina de aquel pequeño pueblo agrícola. En eso pasó a toda velocidad el carro de bomberos del lugar. «Hay un incendio -dijo uno levantándose a toda prisa-. Me voy». Le preguntó otro: «¿Eres bombero voluntario?». «No -replicó el primero-. Pero el marido de mi vecina sí lo es». Himenia Camafría, madura señorita soltera, le contó a su amiguita Solicia Sinpitier, célibe como ella: «Conocí a un viudo muy atractivo y de muy buenas familias. Tiene un árbol genealógico muy grande». Preguntó bajando la voz la señorita Sinpitier: «¿Qué también así se llama aquello?». Declaró un abuelo: «Me preocupa mucho mi nieto mayor. Ya está en edad de tener trato con mujer, y si no se cuida puede contraer herpes, y hasta sida. Me gustaría que encontrara una chica como las de antes, que lo único que le pegue sea una gonorreíta». Dos señoras entablaron plática en la antesala del doctor. Dijo una: «Mi marido es tocólogo». Manifestó la otra: «El mío es meteorólogo». «¡Mira! -exclamó la primera-. ¡Tuviste mejor suerte que yo!». (No le entendí). FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Historias de la creación del mundo.
El Creador llamó a un grupo de sus creaturas.
Llamó a Euclides.
Llamó a Copérnico.
Llamó a Galileo.
Llamó a Newton.
Llamó a Darwin.
Llamó a Pasteur.
Llamó a Madame Curie.
Llamó a Einstein.
Llamó a Stephen Hawking.
Cuando los tuvo juntos les preguntó con ansiedad:
-Díganme, muchachos: ¿lo hice bien?
¡Hasta mañana!…

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