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De política y cosas peores
17/10/2018 – Perversa. Ese calificativo iba a aplicarle yo a la consulta de López Obrador sobre el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Me pareció, sin embargo, que el adjetivo hacía demasiado honor a lo que no es sino una farsa. Tacharla de perversidad era dignificarla. En su lugar hallé otro epíteto mejor: idiota. Sé que la palabra es dura. No forma parte de mi vocabulario, y apenas la habré usado alguna vez. Pero no encontré vocablo que mejor cuadre a una acción que no sólo es improcedente desde todos los puntos de vista, sino que además se ve engañosa y falsa. La forma en que la pregunta objeto de la consulta se plantea es burdamente tendenciosa. Quienes la hacen presuponen que aquellos que la responderán son necios e ignorantes, y caerán en la trampa contenida en la interrogación, cuya respuesta se sugiere mañosamente en el planteamiento mismo. Un grave error comete AMLO con esta insidiosa maniobra que lo muestra como un político que por medios tortuosos busca imponer su voluntad disfrazándola de la voluntad del pueblo. Hagamos a un lado el argumento, ya muchas veces esgrimido, de que el asunto que se plantea en la consulta es altamente técnico, tanto que difícilmente puede opinar sobre él, con bases fundadas, el común de la gente. Lo que irrita es la simulación; la evidente parcialidad de la inmoral encuesta; la manipulación de los asuntos públicos por parte de un político que ha prometido honestidad y que en esta particular cuestión actúa en forma deshonesta. Malos tiempos aguardan al país si López Obrador persiste en su actitud autoritaria, prepotente y de rechazo y hostilización a la crítica. Vamos a ver en qué para este mentiroso ejercicio que más parece onanístico que democrático. Daré salida ahora a una breve sucesión de cuentecillos cuyo objeto es aligerar el ánimo de la República después de la anterior perorata, ciertamente aspérrima e iracunda. Un amigo de Babalucas le presentó a su hermano músico: «Toca en la sinfónica. Viola». «Debe decidirse -sentenció el badulaque-. Los dos ejercicios son incompatibles». En el cuarto 110 del popular Motel Kamagua la linda chica observó con extrañeza que su galán tenía húmeda la nariz. Explicó él: «Es que esta noche voy a hacerlo de perrito». Nos encontramos en Dodge City, uno de los más salvajes pueblos del Salvaje Oeste. El villano, torvo individuo de cabello negro, bigote negro, traje negro, sombrero de copa negro y -afuera- caballo negro, está abusando de la linda Lily Mae, cuyo padre no quiso venderle su rancho. En medio del trance exclama Lily Mae con entusiasmo: «¿Y a esto llaman un destino peor que la muerte ?». El perro de don Leovigildo se llamaba el Almirante. Tan sonoroso nombre tenía explicación: el caniche era blanco, negro, amarillo, gris, leonado y pardo. Decía su dueño: «Al verlo todos se almiran». El Almirante era muy inteligente, lo cual nos enseña a no juzgar a nadie por su pelaje. Don Leovigildo le colgaba al cuello una canasta con una moneda de 10 pesos y el can iba a la calle y le traía el periódico. Cierto día el señor no tuvo moneda fraccionaria, de modo que puso en la canasta un billete de 50 pesos, seguro de que el vendedor le enviaría en ella el cambio. Sucedió que en esa ocasión el perro tardó en regresar. Don Leovigildo lo esperó media hora, tres cuartos de hora, y ni luces del animalito. Salió, pues, a buscarlo. No tardó en dar con él: estaba en el cercano parque refocilándose con una perra callejera. «¿Qué haces, Almirante? -le preguntó estupefacto-. ¡Jamás habías incurrido en esta anómala conducta!». Respondió el perro sin suspender su acompasado in and out: «Es que siempre me dabas nada más lo del periódico». FIN.
MIRADOR.
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que miró en el microscopio una gotita de agua, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas como siempre- y continuó:
-El más necio de todos los pecados capitales es la envidia. Pone de mal humor al envidioso y enaltece al envidiado, que casi nunca se da cuenta de la envidia que causó.
Siguió diciendo Jean Cusset:
-Los demás pecados mortales deparan alguna forma de placer al pecador. La envidia no proporciona goce alguno al envidioso, antes bien le retuerce las tripas, le arruina la digestión, le echa a perder el día y le quita el sueño por la noche. Se ha dicho que la soberbia es la madre de todos los pecados. Si eso es así, el de envidia es el más tonto de sus hijos.
Concluyó:
-Muéstrame un envidioso y te mostraré un pobre imbécil.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!…