De política y cosas peores

11/10/2018 – Don Cornulio oyó ruidos en el clóset de su esposa. Lo abrió y ahí estaba un compadre suyo. «Qué bueno que lo veo, compadre -le dijo el mitrado al individuo-. Sírvame de testigo: mi mujer dice que no tiene nada qué ponerse, y casi no lo vi entre tanta ropa». Hice una paráfrasis de los versos calderonianos. Puse: «Que toda la vida es cuento, y los cuentos cuentos son». Viene eso a cuento por uno que escribí años ha. En él los animales de los circos -leones, tigres, caballos, perros, cebras- se rebelaban un buen día y obligaban a sus domadores a hacer lo que antes hacían ellos: rodar por el suelo; saltar vallas; atravesar un aro en llamas. Reconozco la injusticia que hay en exigir desde ahora a López Obrador que haga lo que sus antecesores no han podido hacer, pero no cabe duda de que el futuro Presidente deberá meter en cintura a grupos que le son adictos pero no tanto, como la tristemente célebre Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, a la que bien podría llamarse forúnculo en el cuerpo de la República de no ser porque la palabra «forúnculo» se oye retefeo. Una vez más la empecinada CNTE mostró en Acapulco sus garras y colmillos, sin tomar en cuenta que Acapulco es para mostrar otras cosas. Tanto AMLO como Esteban Moctezuma conocen ahora la verdad que reside en el dicho popular según el cual «De que la perra es brava hasta a los de casa muerde». No le pidamos a López Obrador más de lo que ha ofrecido dar, pero recordemos que una y otra vez -y otra, y otras más- ha prometido luchar contra la corrupción. No ha de permitir, por tanto, que se afecte la tarea educativa, una de las mayores prioridades para cualquier gobierno. ¿Podrá, él sí, domar a la CNTE sin hacerle concesiones indebidas, lo cual también sería corrupción? Queda en el aire la pregunta, donde tantas preguntas están ya. Un viajero extravió su ruta en descampado. Vio a lo lejos una pequeña luz y fue hacia ella. Resultó ser la casa de un granjero. Le dijo éste: «Podrá pasar aquí la noche, pero deberá compartir la cama con mi hijo Pitoloco, un rudo mocetón de 20 años». «Perdone usted -se disculpó el viajero-. Debo estar en el cuento equivocado». Y así diciendo fue a buscar otra pequeña luz. La halló bien pronto. Esta vez el dueño le dijo: «Podrá pasar aquí la noche, pero deberá compartir la cama con mi hija Bellaflor, una linda muchacha de 20 años». «¡Vaya! -pensó aliviado el viajero-. Ahora sí estoy en el cuento correcto». «Pero no intente nada con ella -prosiguió el paterfamilias-, porque se les verá conmigo». «¡Señor mío! -se irguió ofendido el visitante-. ¡Pertenezco a la Liga de la Liga! ¡De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo!». «Su aristocracia no la pongo en duda -replicó el granjero-. Es su pija la que me inspira cierta desconfianza. Por si las dudas pondré una almohada entre usted y Bellaflor. No se atreva a saltar ese obstáculo». «Antes saltaré a un precipicio» -juró el otro. Y cumplió su palabra: la almohada fue para él un insalvable muro. Al día siguiente la bella joven le mostró la granja. Pasaron por el gallinero, y la muchacha le comentó al sujeto: «Mi padre va a comprar otro gallo. El último que adquirió no les hace nada a las gallinas». «¿Por qué?» -preguntó el visitante. «Quién sabe -respondió Bellaflor-. Ha de pertenecer también a la Liga de la Liga». En eso una ráfaga de viento le arrebató a la muchacha el sombrerito de paja con que se protegía del sol y lo llevó al otro lado de la tapia. «No se preocupe, señorita -la tranquilizó el viajero-. Brincaré la barda y le traeré su sombrerito». «¡Bah! -se burló Bellaflor-. ¡No brincó la almohada, y va a brincar la barda!». FIN.

MIRADOR.

-Está aireadita.
Así dice la gente hablando de Amapola. Eso significa que no está bien de la cabeza porque al nacer le entró aire en ella.
Amapola es una linda muchachita de 15 años. Cuando me ve me dice: «¿Cómo estás?». A don Abundio, el hombre de más edad en el Potrero, le dice: «¿Cómo estás?». La vez que el Gobernador visitó el rancho Amapola le dijo: «¿Cómo estás?».
Lo que nadie conoce -quizá solamente yo- es que Amapola sabe leer. Aprendió en secreto. Iba a la escuela y se sentaba atrás; parecía estar viendo por la ventana el vuelo de las mariposas. Pero memorizaba las letras escritas en el pizarrón: «Ese es oso». «Mi mamá me ama».
Yo dejo que Amapola entre en mi casa y hago como que no la veo cuando toma un libro -cualquier libro- y va a la huerta a leerlo. Se ha llevado «El origen de las especies», de Darwin; «Fahrenheit 451» de Ray Bradbury y las «Confesiones» de San Agustín.
¿Qué pensará Amapola de las cosas escritas por los hombres? No lo sé. Pero cuando vuelve a poner el libro en su lugar hay en sus labios una sonrisa vaga.

¡Hasta mañana!…

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