Armando Fuentes
07/10/2018
Se iba a casar Dulcibel, púdica doncella que no conocía las duras realidades de la vida (ni las blandas tampoco). Buscó a una amiga suya que tenía ya varios años de casada y le preguntó entre rubores cómo era eso de la noche de bodas. «Es como cuando traes una muela picada -le contestó la otra-. Te duele, pero no quieres que te la extraigan». El señor fue al bar del hotel a tomarse una copa. De pie en un extremo de la barra se hallaba una dama de grandes preponderancias posteriores. El señor no podía apartar la vista del exuberante nalgatorio de la mujer. «¡Oiga! -le reclamó con enojo el cantinero-. ¡No le esté viendo el trasero a esa dama! ¡Es mi esposa!». «Yo no le estoy viendo nada» -rechazó el tipo-. «¡No lo niegue! -insistió el barman-. ¡Desde que llegó no le ha quitado la vista de ahí atrás!». Opuso el otro: «Soy un caballero, señor mío, y no suelo fijarme en esas cosas. Ya no me esté molestando con sus impertinencias. Sírvame un teculo doble»… «¡Eres un semental, Astasio! -felicitó la señora a su marido-. Hace dos años te hicieron la vasectomía, y aquí me tienes: ¡otra vez embarazada!». Don Chinguetas fue a visitar a su amigo Avaricio, que tenía una panadería. Al despedirse le dijo el tahonero: «Espera. Voy a darte unas piezas de pan para que se las lleves a tu nieta». «No te molestes -le indicó don Chinguetas-. La niña tiene un mes de edad». «El pan también» -contestó don Avaricio… Llevaron ante el novel juzgador a una mujer acusada de ejercer la prostitución en la vía pública. «¡No sea tan severo conmigo, señor juez! -suplicó la desdichada-. ¡Tengo 40 años y seis hijos! ¡Éste es el único modo en que puedo darles de comer!». El joven juez, desconcertado y condolido, no supo cómo actuar. Fue a su privado; tomó el teléfono y llamó a un juez emérito que gozaba de gran fama por su sabiduría y sentido de la justicia y equidad. «Maestro -le preguntó-. ¿Qué le daría usted a una prostituta de 40 años de edad y con seis hijos?». Respondió el sapientísimo jurista: «Cuando mucho unos 500 pesos»… Los amigos de Galancio se asombraron al verlo regresar al pueblo casado con una mujer muy fea. Le preguntaron: «¿Cómo es posible que siendo tú tan bien parecido te hayas casado con ese adefesio?». «Amigos míos -respondió con una gran sonrisa el recién casado-. Caras vemos, camas no sabemos». El padre Arsilio cumplió años, y sus feligreses lo festejaron con gran cariño. Al día siguiente el buen sacerdote le contó a don Poseidón, granjero acomodado, cómo toda la gente del pueblo le había llevado obsequios a la fiesta. «Me regalaron frijol, maíz y trigo -dijo-. Alguien llevó un marranito. Pero lo que más me llamó la atención fue cuando la hija de usted puso un huevo en la mesa de regalos». «¡Carajo! -se enojó el vejancón-. ¡Ya le había yo dicho que no se acercara al gallo del corral!»… Un individuo llegó a su trabajo en la oficina con un ojo morado. «¿Qué te sucedió?» -se alarmó uno de sus compañeros-. «Fui a un baile de disfraces -narró el individuo-. Me tocó bailar con una muchacha que llevaba un vestido estampado con el mapa de México. Me preguntó de dónde era yo. Y lo único que hice fue poner el dedo en la Ciudad de México»… Apareció un anuncio en el periódico: «Solicitamos caballero para ayudar a vestir y desvestir a bailarinas de table dance. Ofrecemos salario de 15 mil pesos por semana y prestaciones superiores a las de ley. Interesados acudir a.». Y se proporcionaba un domicilio en la capital. Un individuo se presentó a pedir el empleo. «Llene esta solicitud -le dijo el encargado-. Pero tendrá usted que ir a Tijuana». «¿A Tijuana? -se sorprendió el sujeto-. ¿Por qué a Tijuana». Le informó el hombre: «Hasta allá llega la fila de solicitantes». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Historias de la creación del mundo.
Tomó el Señor algo de lo mejor de su materia prima y empezó a modelar la figura de un hombre.
Lo hizo alto de cuerpo, con ojos penetrantes, cejas juntas, cabeza sin pelo, nariz chata y barba blanca. Le puso un libro en una mano y un cráneo de chimpancé en la otra.
-¿Qué estás haciendo? -le preguntó el Espíritu, intrigado
-Estoy haciendo a Darwin -respondió el Creador sin dejar de trabajar.
-¿Otro hombre? -se asombró el Espíritu-. ¿No crees que ya hay bastantes en la Tierra?
-Es cierto -reconoció el Señor-. Pero necesito a uno que les explique a los demás cómo hice todo esto.
¡Hasta mañana!…