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De política y cosas peores


29/09/2018 – «Anoche le hice el amor a mi mujer dos veces». Así se jactó un sujeto ante sus dos amigos. Y añadió: «Al llegar la mañana ella me dijo: ¡Eres un tigre!». Se ufanó el segundo: «Yo a mi señora le hice el amor tres veces. Al llegar la mañana me dijo: ¡Eres un toro sementall! «. El tercero no decía nada. «Y tú -le preguntaron los otros- ¿cuántas veces le hiciste el amor anoche a tu mujer?». Respondió el interrogado: «Una vez». «¿Sólo una vez? -se burlaron sus amigos-. Y ¿qué te dijo al llegar la mañana?». Contestó, modesto, el tipo: «Me dijo: ¡Síguele, papacito!». Una linda chica chica iba por la calle llevando en los brazos un extraño gato cuyo pelaje mostraba diferentes tonos: negro, gris, amarillo, pardo, café, blanco. La muchacha se veía disgustada. Se topó con una amiga que le preguntó: «¿Qué haces con ese gato?». Respondió ella, mohína: «Afrodisio Pitongo me invitó a su departamento y ahí me hizo una proposición indecorosa. Me prometió regalarme uno de colores si iba a la cama con él. ¡Pero yo yo pensé que hablaba de un televisor!»… Una secretaria se quejó con otra del mal carácter de su patrón. «Haz lo que yo -le aconsejó la amiga-. Cuando mi jefe se enoja cruzo la pierna, me levanto la falda un poquito y dejo que me vea la pierna. Con eso el disgusto se le pasa». A los pocos días se encontraron las dos. «¿Cómo te ha ido con el consejo que te di? -le preguntó la amiga-. ¿Has aplicado lo de enseñarle la pierna para bajarle el enojo?». «Sí -respondió la otra-. Pero yo tengo que enseñarle otras cosas. Mi jefe salió más enojón que el tuyo» … Libidiano, galán concupiscente, invitó a Rosibel a salir. Le dijo que irían al cine y luego a cenar. «Vamos -aceptó ella-, pero cada quién se hará cargo de lo suyo». Fueron al cine, y Rosibel pagó su boleto. Fueron a cenar, y Rosibel pagó su cena. De regreso en el coche Libidiano puso su mano en la rodilla de la chica. Rosibel se la quitó de ahí y la puso en la entrepierna del galán. Le dijo: «Quedamos en que cada quien se haría cargo de lo suyo»… No sé de ningún otro presidente de los Estados Unidos que haya provocado la risa burlona de la asamblea que lo oía. Eso hizo Trump en la ONU: sus ridículas jactancias fueron causa de que los representantes de las naciones del mundo rieran de él, y no con él. Ciertamente el mentiroso magnate no cuenta con la simpatía de la mayor parte de los países. Su soberbia, sus alardes, sus actitudes prepotentes le han enajenado el respeto de la comunidad internacional. Sin embargo conserva en su país el apoyo de quienes lo eligieron, y que -pienso- lo reelegirán. Si eso sucede seguiré sin ir a los Estados Unidos: mis cuatro lectores saben que hice la promesa de no pisar suelo norteamericano mientras ese patán esté en la Casa Blanca. Empezó a caer un fuerte aguacero, y la esposa de don Languidio Pitocáido se sorprendió al ver que su marido salía al jardín y exponía a la lluvia la entrepierna. «¿Por qué haces eso?» -le preguntó asombrada. Explicó él: «Dicen que con la lluvia todo cobra vida»… El profesor le preguntó a Pepito: «Si veo que a un pobre asno le dan de garrotazos en la calle, y detengo la mano del que lo golpea, ¿qué virtud estoy practicando?». Arriesgó el chiquillo: «¿El amor fraternal?»… Comenzó la noche nupcial. El novio, hombre fornido y musculoso, dejó caer la elegante bata de baño que lo cubría. Levantó los membrudos brazos, los flexionó para mostrar los bíceps, expandió el pecho como Charles Atlas y luego le dijo con orgullo a su flamante mujercita: «¡Mira, Rosilí! ¡Noventa kilos de dinamita!». Ella lo contempló despacio y dijo luego: «Muy poca mecha para tanta dinamita». FIN.

MIRADOR.

Subió a la cumbre por un sendero que sólo él conocía. Ahí miró un quiebro entre las peñas, y fue hacia él. Era una gruta. A la luz de la antorcha que llevaba vio el más grande tesoro que ojos humanos podían contemplar: monedas de oro y plata, gemas, perlas de raro brillo… Salió sin tomar nada, y con una gran roca tapó la entrada de la cueva a fin de que nadie, ni él mismo, volviera a entrar ahí.
Cuando regresó a la aldea le preguntaron los vecinos:
-¿Qué encontraste?
Respondió:
-Nada.
Tiempo después volvió a la cumbre. En la mitad de la montaña vio un un hilillo de agua en el que nunca había reparado. Escarbó y surgió la linfa. Bajo la tierra palpitaba un generoso manantial.
Cuando volvió a la aldea le preguntó la gente:
-¿Qué encontraste?
Respondió él:
-Un tesoro.

¡Hasta mañana!…

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