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De política y cosas peores


14/09/2018 – Semés, el sultán de Bagdad, tenía 500 esposas y 500 concubinas. (No podía entrar al baño por causa de la enorme cantidad de medias que sus mujeres ponían a secar ahí). Entre los jenízaros que cuidaban el harén había uno de origen africano, nubio para mayores señas. Tenía estatura procerosa -más de 2 metros 10 era su altura- y músculos de hierro. Sucedió que a Jodaira, la favorita del sultán, le asaltó el urente deseo de refocilarse con el lacertoso mílite, para lo cual le dio una cita: lo esperaría esa noche en el gineceo. El hombre aceptó aquel riesgoso encuentro, y aun le dio a Jodaira un anticipo de los placeres que para ella reservaba, pues le acarició con erótica destreza las más apetecibles partes de su cuerpo. Eso fue visto por Sinhuév, el eunuco encargado de la vigilancia del serrallo, quien puso lo sucedido en conocimiento del sultán. Al punto el furibundo jefe hizo apresar al africano y lo sometió a un destino peor que la muerte: por propia mano le cortó con su filoso puñal damasquinado los testes, dídimos o compañones. En seguida el sultán requirió su yatagán para decapitar a la infidente hurí, pero ella empezó a contarle un cuento más largo aún que éste, y eso le salvó la vida. Ni aun así escarmentó la lúbrica Jodaira. Tiempo después les dijo a sus amigas que estaba teniendo trato de fornicio con Pitón, el jefe de la guardia del palacio. Preguntó una, admirada: «El Pitón que dices -¿no es ese hombrón alto y corpulento? ¡Qué suerte tienes!». «Y eso no es nada -replicó Jodaira-. ¡Hubieras visto el que Semés capó!». (Nota del autor: este cuento me hace recordar las mentiras que los pescadores cuentan). Envío un aplauso, tributado con ambas manos para mayor efecto, a Enrique Graue, rector de la UNAM, quien acudió al plantel Azcapotzalco del CCH, escuchó las demandas de los estudiantes y ahí mismo les dio respuestas razonadas y razonables. La vibrante porra universitaria con que el doctor Graue, alumnos y maestros, sellaron ese encuentro mostró lo mismo la entereza del rector que la buena disposición y civismo de los estudiantes. Quedaron solos y sin eco los escasos individuos que al partir el automóvil en que iba el dirigente de la máxima casa de estudios gritaron «¡Fuera!» y lanzaron piedras al vehículo. Es obvio que manos externas a la UNAM están promoviendo -y pagando, desde luego- este movimiento cuyo verdadero fin, se ve a las claras, es hacer que salga el rector para imponer a otro que se allane a las pretensiones de los ocultos agitadores. Todos los universitarios deben por eso dar su apoyo al doctor Graue, y mantenerse unidos. Así la protegerán contra ese burdo intento de apoderarse de la Universidad. Afrodisio, hombre concupiscente, le hizo una proposición salaz a Dulcilí, muchacha ingenua. Ella se negó. Le dijo: «No puedo hacer lo que me pides. Faltaría a dos mandamientos: el sexto y el noveno». «¿Y qué importa? -replicó el libidinoso individuo-. Seguirías cumpliendo ocho. Es un magnífico promedio». Dos gallinitas estaban en el corral de la granja cuando pasaron por ahí dos hambrientos vagabundos. Le dijo una de las gallinas a la otra: «¡Odio la forma en que me desvisten con la mirada!». Don Mercuriano, agente de ventas de la Compañía Jabonera «La Espumosa», S.A. de C.V., iba a salir de viaje. Ya había subido a su automóvil cuando le habló su esposa. «No me dejaste dinero para los gastos de la casa». «Coge» le indicó don Mercuriano-. «Me parece muy bien -se alegró ella-. ¿Cuánto crees que debo cobrar?». «¡No te acomodes, descarada! -repuso el viajante con enojo-. ¡Coge de lo que tenemos en el banco!». FIN.

MIRADOR.

Se presentaron sin aviso, y ellos mismos se presentaron.
Dijo uno:
-Soy Común.
-Y yo soy Corriente -dijo el otro.
Seguramente notaron mi desconcierto, porque explicaron a continuación:
-Estamos cansados ya de que nos digan Común y Corriente. La verdad es que nadie es corriente ni común. Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son especiales, irrepetibles, únicos, Ninguno hay que sea igual a otro. Usted, por ejemplo, tiene traza de ser común y corriente, pero quizá no lo es. Claro, necesitaríamos tratarlo mucho para saber si usted también es especial, irrepetible y único.
Agradecí el ofrecimiento, pero les dije que prefería ser común y corriente. Siempre lo he sido y siempre lo seré. Así estoy muy a gusto.
-Está bien -respondieron Común y Corriente-. Posiblemente usted sea común y corriente, pero nosotros no.
¡Hasta mañana!…

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