Nuestros Columnistas Nacionales
De política y cosas peores
10/09/2018 – Creo que me estoy haciendo viejo. Lo digo porque empiezo a hablar de cosas como la decencia y la moral. Temo que esos antiguos usos se han perdido en todo el mundo. Los norteamericanos eligen como su presidente a Trump, el hombre más indecente e inmoral de nuestro tiempo, y en Cuitlatzintli cada vez que una muchacha sale embarazada un muchacho huye del pueblo. Entre nosotros es una mayúscula desvergüenza la burda farsa urdida de consuno por el Partido Verde y la Morena de López Obrador para permitir que el gobernador de Chiapas sea sustituto de sí mismo y al mismo tiempo senador, y dar a AMLO mayoría absoluta en el Congreso. A nadie sorprende que el dueño del tucán se venda y convierta en mercancía a los suyos. Venderse al mejor postor ha sido siempre la marca de la casa. Lo que extraña es que el Presidente Electo, que se ha pasado años predicando la «honestidad valiente» y denunciando a «la mafia del poder», caiga ahora en esta supina deshonestidad con tal de tener él mismo más poder y manejar su propia mafia. Para colmo luego se niega a hablar -corazoncito- cuando se le interroga acerca de esta indigna compraventa por la cual los senadores de aquellos partidos (¡senadores, háganme ustedes el refabrón cavor!) tomaron una decisión y media hora después la revocaron para tomar la opuesta. Todo hace pensar que nos aguardan malos tiempos. La desfachatez y cinismo del pasado, disfrazados ahora de pureza y honradez republicanas, vuelven a ser protagonistas de nuestra vida pública. El padre Arsilio organizó en su parroquia un retiro espiritual para hombres solteros. En la plática inicial les preguntó: «¿Saben ustedes qué es la eternidad?». «Sí, padre -levantó uno la mano-. Es el tiempo que media entre el momento en que yo termino y el momento en que mi amiga deja de hablar, se viste y se va a su casa». Don Poseidón le dijo al galancete que le pedía la mano de su hija: «El hombre que se case con Glafira se llevará una joya». «A verla» -se interesó el boquirrubio. Dos señoras intercambiaban confidencias acerca de sus respetivos cónyuges. Dijo una: «Mi marido es fanático del futbol. Cuando hacemos el amor y llega al orgasmo grita: ¡Gooool! «. Repuso la otra: «El mío es aún más fanático. Cuando su equipo anota un gol grita: ¡Aaaaah! «. Se extrañó la primera: «¿Y por eso es más fanático?». «Sí -confirmó la otra-. Grita así porque tiene un orgasmo». Cierto señor fue al súper acompañado por su hijo adolescente. El muchachillo iba jugueteando con una moneda de 10 pesos, de las que están a punto de desparecer para ser sustituidas por nuevos billetes de 20 pesos, indicio claro de gran inflación. En imprudente impulso el hijo del señor se llevó la moneda a la boca y se la tragó. La moneda se le atoró en la garganta. Su padre trató de hacer que la expulsara, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Igual de infructuosas fueron las maniobras practicadas por el gerente y empleados de la tienda, que acudieron apresuradamente. De seguro el jovencito iba a morir asfixiado por causa de su imprudencia. En eso, sin embargo, llegó una dama vestida con elegancia, y se enteró de lo que sucedía. Sin vacilar llevó su mano a la entrepierna del adolescente y empezó a apretarle los testículos, primero con suavidad, luego con intensidad mayor y por último con todas sus fuerzas. Al sentir ese tremendo apretón el muchacho arrojó la moneda. La mujer se la embolsó y se dispuso a retirarse. «¡Gracias, señora! -prorrumpió con emoción el padre-. ¿Es usted doctora, o paramédica especializada en urgencias como ésta?». «No -replicó ella-. Soy abogada, y me dedico a representar mujeres en casos de divorcio». FIN.
MIRADOR.
Fray Pitanza -así llamaban al padre cocinero sus hermanos de comunidad- fue a la aldea a comprar huevos. El superior había prohibido tener gallinas en el corral del convento por el mal ejemplo que el gallo podía dar a los novicios.
La mujer que vendía los huevos era de carácter agrio. Así, cuando el frailecito le pidió que le vendiera una docena y le diera uno más por caridad, la vendedora se lo negó con aspereza.
-Entonces -le rogó fray Pitanza- hágame el favor de poner los 12 huevos en tres bolsas. La primera, para el padre prior, con la mitad de la docena.
La mujer, de mala gana, echó seis huevos en una bolsa.
-Otra -siguió el fraile- para el padre portero, con la tercera parte de los 12 huevos.
La mujer puso en otra bolsa cuatro huevos.
-Y una última -concluyó fray Pitanza-, con la cuarta parte de la docena, para mí.
La mujer colocó tres huevos en la bolsa.
Feliz con sus tres bolsas se fue el monje. Llevaba en ellas 13 huevos.
¡Hasta mañana!…