De política y cosas peores

Armando Fuentes

09/09/2018

Agencia Reforma
CIUDAD DE MÉXICO 08-Sep-2018 .-«Cachondeo» le llaman unos. Otros dicen «pichoneo». En el sureste mexicano esa acción recibe el nombre de «guacamoleo». Los norteamericanos hablan de «necking» o «foreplay», según el caso. Es el acto por el cual un hombre y una mujer se acarician lúbricamente, ya como anticipación del concúbito, ya como sustituto de él. Eso es precisamente lo que estaban haciendo aquella mujer casada y su amante en la sala de la casa de ella. Los libidinosos tocamientos que en forma recíproca se practicaban eran de tal intensidad que me es imposible describirlos aquí por temor a faltar lo mismo a la Ley de Imprenta que a las prescripciones de la decencia y la moral. En eso estaban cuando se oyó llegar un coche. Le preguntó la mujer a su querido: «¿Alguna vez has vendido enciclopedias?». «No» -contestó el hombre desconcertado por aquella insólita pregunta. «Pues empieza a hacerlo -le dijo ella al tiempo que le alargaba al hombre un libro grande-. Ahí viene mi marido». Magnum McGunner, audaz cazador blanco, estaba de cacería en África. Iba en busca de Behemot, un legendario elefante que era entre los paquidermos lo mismo que entre los cetáceos era Moby Dick. Su tamaño, se decía, era el de una catedral; sus colmillos medían 20 pies. Caminaba McGunner por la selva cuando sintió la urgente gana de dar trámite a una necesidad menor. Se acercó a un tronco, apoyó en él su rifle y procedió a hacer lo que tenía que hacer. ¡Horror! De pronto lo que McGunner creyó el tronco de un árbol cobró vida. ¡Era una de las gigantescas patas de Behemot! Indignado por la incivil mojadura recibida el elefante derribó de un empujón al audaz cazador blanco y luego levantó la pata para aplastar con ella al espantado meón. «I m doomed» -pensó Mc.Gunner. En castellano esa expresión podría traducirse como «Estoy jodido». En eso, sin embargo, sucedió un milagro. De la espesura surgió un grupo de aborígenes que profiriendo agudos ululatos y agitando sus lanzas frente a Behemot lo hicieron recular, y luego huir. El audaz cazador blanco no daba crédito a aquel súbito prodigio. Se puso en pie y les dijo lleno de emoción a los salvajes: «¡Gracias, amigos míos! ¡Me habéis salvado la existencia! ¡Os daré por eso una generosa propina, quizá un sixpence! Mas decidme: ¿por qué pusisteis en riesgo vuestras vidas para salvar la mía? ¿Por qué evitasteis que el elefante me aplastara?». Respondió el que parecía jefe de los salvajes: «Es que no nos gusta la carne molida». El doctor Duerf, célebre analista, tenía en su edificio una guapísima vecina, mujer joven a quien natura había dotado de una profusa orografía anatómica. Cierto día se toparon los dos en el elevador. Le dijo ella: «Perdone, doctor, que aproveche la oportunidad para contarle un problema que tengo. Fíjese que todas las noches me sueño desnuda». «No se preocupe -la tranquilizó el psiquiatra-. Lo mismo me sucede a mí». La muchacha se asombró: «¿Todas las noches se sueña usted desnudo?». «No -precisó el analista-. También todas las noches la sueño a usted desnuda». Don Feblicio, señor de muchos años -estaba ya en la edad en que se sentaba de sentón y se levantaba de pujido-, se registró en un hotel. El botones que lo acompañó a su cuarto le dijo en voz baja: «Señor: puedo ofrecerle algo que le hará pasar una agradable noche». «Me gusta la idea -replicó el senil caballero-. Por favor tráemela al tiempo». Vaciló el botones, y aclaró: «Hablo de chavas, no de cheves». «Precisamente -repuso don Feblicio-. Tráeme la chava al tiempo. Si me la traes caliente no la podré enfriar, y si me la traes fría no la podré calentar». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Historias de la creación del mundo.
El libro sagrado no nos dice qué fruta fue la comieron Adán y Eva que motivó su expulsión del paraíso.
Según la tradición fue la manzana. Posiblemente eso se debe a lo rojo de la fruta, color que siempre ha sugerido cosas de pecado.
Sin embargo esa fruta pudo ser cualquiera: un durazno, una ciruela, un mango, una pera. Un piña o una sandía no, pues esas frutas tardan más en ser comidas, y al hombre y la mujer ya les andaba por pecar.
Así, la manzana tuvo que resignarse a ser la causa de la tentación.
Agradezcámosle su noble gesto.
En cierto modo la manzana nos puso en el camino de la plenitud vital.
¡Hasta mañana!…

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