De política y cosas peores

7/09/2018 – El papá de Pirulina vio cómo el galán de su hija la besaba con ignívomo arrebato pasional. Al día siguiente la reprendió: «No me gustó cómo te besaba ese muchacho». «A mí tampoco, papi -replicó Pirulina-. Pero ya aprenderá; ya aprenderá». Don Escolástico pasó a mejor vida. En la funeraria su único hijo lloraba desconsoladamente. Su mamá lo abrazó con ternura: «No llores, hijo mío. A lo mejor ni era tu padre». Una mujer llegó hecha una furia al consultorio del doctor Miltonio. Le dijo en tono airado: «Antes mi marido me hacía el amor diariamente, y en ocasiones hasta dos veces en el mismo día. Lo hice venir aquí a fin de que usted le bajara el ímpetu sexual, y ahora ya nunca se me acerca. ¿Eso es lo que hace un psiquiatra?». «No soy psiquiatra, señora -replicó el facultativo-. Soy oftalmólogo. Y lo único que hice fue graduarle lentes a su esposo». Don Añilio, maduro caballero, le aconsejó a su nieto mayor: «En la vida, hijo, hay vino, mujeres y canto. Tú concéntrate en las mujeres. Cuando tengas mi edad te sobrará tiempo para cantar y emborracharte». Los recién casados llegaron a la suite nupcial donde pasarían su noche de bodas. El novio, nervioso, no acertaba a meter la llave en la cerradura de la puerta. «Espero -le dijo su flamante mujercita- que después tengas mejor puntería». Es muy feo darle una cachetada a un muerto, y más cuando se trata de una persona ilustre. Eso precisamente hacen los diputados y diputadas de Morena cuando en el recinto de la Cámara (cada vez más) Baja se ponen a gritar el lema «Es un honor estar con Obrador». Le dan una cachetada a Montesquieu -que en paz descanse-, autor de la célebre teoría de los frenos y contrapesos, según la cual un poder necesita tener frente a sí a otro que lo equilibre y lo detenga cuando haga mal uso de sus atribuciones. En buena parte la democracia se finca en la división de poderes, y en la independencia entre ellos. Con sus continuos vítores a AMLO los supuestos legisladores muestran que están rendidos de antemano ante el poder ejecutivo. Si consideramos la grosera compra de títeres del Verde para tener mayoría absoluta en el Congreso, ya se entenderá que no habrá quien limite la voluntad del futuro Presidente. Con partidos así prostituidos, y con un líder que parece tener vocación de poder absoluto, quién sabe qué nos espere. Sólo una prensa libre y una ciudadanía vigilante podrán acotar al poder presidencial, que se avizora omnímodo, absoluto. Preparémonos, pues, a regresar a los pasados tiempos del «¿Qué horas son?». «Las que usted mande, señor Presidente». Un individuo fue a la consulta del doctor Ken Hosanna y le dijo: «Doctor: tengo un apetito sexual incontenible. No me puedo quitar el deseo de la mujer». Le recomendó el facultativo: «Cásese. Así ese deseo se le irá quitando poco a poco». Babalucas era asediado de continuo por un sujeto que a toda costa quería venderle un tostador de pan que funcionaba con el vapor de una caldera. Cierto día vio a través de la ventana de su casa que el insistente vendedor venía a buscarlo. Le dijo apresuradamente a su mujer: «¡Dile que no estoy!». Y se fue la cocina para que el tipo no lo viera. A poco la señora fue y le dijo: «Ya le repetí varias veces que no estás, pero no me lo cree». «Bueno -suspiró resignado Babalucas-. Pásalo, a ver si yo lo puedo convencer». Iban a bautizar al hijo de doña Letea. Preguntó el sacerdote: «¿Dónde está el niño?». «¡Ah! -exclamó ella-. ¡Ya sabía yo que algo se me había olvidado!». El ordenador le preguntó a la computadora: «¿Qué te parece si nos enchufamos, linda?». Respondió ella: «Esta noche no. Traigo un virus». «¡Lástima! -exclamó el ordenador-. ¡Ahora que traía el disco duro!». FIN.

MIRADOR.

Me habría gustado conocer a la señorita Leslie Mae Brown.
Era la maestra de la escuela dominical de un pequeño pueblo de Missouri. Cierto día acudió ante el pastor del templo y le dijo que había decidido renunciar.
-Usted predica acerca del infierno -explicó-, y yo no creo en él. Quiero enseñar a mis niños el amor de Dios. La existencia de algo como el infierno se contrapone a su misericordia. No puedo enseñar algo en lo que no creo.
El pastor se preocupó.
-Si dejamos de hablar del infierno -le dijo a la señorita Brown- aumentará el número de pecadores. Muchos vienen a la iglesia por temor.
Replicó ella:
-Deberíamos procurar que vengan por amor. La Biblia dice: «Dios es amor». No dice: «Dios es temor».
Me habría gustado conocer a la señorita Brown. Sabía que el que ama a Dios no le teme, y el que teme a Dios no lo ama.
¡Hasta mañana!…

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