Armando Fuentes
24/04/17
¡Qué tiempos éstos! Tres niñitas, una de 6 años, otra de 7 y la tercera de 8, estaban jugando en la calle. La más pequeña se asomó a una ventana y en seguida llamó a las otras: «¡Vengan a ver! ¡El señor y la señora de la casa se están peleando!». Acudieron ellas, y la que tenía 7 años le dijo, burlona: «¡Tonta! No se están peleando, están haciendo el amor». «Sí -confirmó la de 8-. Y muy mal». Así anda el mundo, en efecto. Un padre de familia le sugirió a su esposa: «Nuestra hija ya se va a casar. Deberías decirle cómo portarse en la noche de bodas». «Ay, viejo -suspiró la señora-. Decirle a una muchacha de hoy cómo portarse en la noche de bodas es cómo decirle a un pez cómo nadar». Don Astasio fue entrevistado por la hija de su vecino. Le dijo la muchacha: «Me encargaron en la escuela hacer una encuesta sobre la conducta sexual de la comunidad, y quiero hacerle una pregunta. ¿Cuántos maridos cornudos conoce usted? Claro, sin contarse usted mismo». Al oír tal cosa don Astasio se indignó. Le dijo con enojo a la entrevistadora: «¡Cómo te atreves a decirme eso!». «Está bien -concedió la muchacha-. Cuéntese usted también». Un joven de modales delicados llegó a pedir trabajo en el circo. «Soy el Hombre Araña» -dijo con aflautada voz. El empresario le preguntó, interesado: «¿Trepa usted por las paredes de los edificios?». «No, -respondió el delicado joven-. Tejo»… Una mujer joven casó con señor de edad ya muy madura. Preocupada por la capacidad amatoria de su esposo se consiguió unas píldoras que, le dijo el que se las vendió, le quitarían años a su marido. El día de la boda se las puso todas en la copa de champán con que brindaron. Esa noche, ya en la cama, la desposada se le acercó mimosa a su maridito. «Déjame dormir -le pidió él-. Debo levantarme temprano para ir al kínder». Una señora estaba a punto del divorcio porque su marido se pasaba todas las noches en una casa de mala nota. Un sicólogo le aconsejó que buscara la causa del problema: ¿qué es lo que hacía que su esposo fuera a ese lugar? En un desesperado intento por salvar su matrimonio la mujer le pidió al tarambana que la llevara al sitio a donde iba cada noche. Poco dispuesto al principio el tipo acabó por acceder, y fueron los dos a la casa non sancta. La esposa vio a las mujeres que estaban ahí; probó la bebida que le sirvieron a su marido y exclamó luego con un gesto de disgusto: «¡Qué mujeres tan vulgares! ¡Qué asco de bebida!». «Ya ves, viejita -dijo el tipo-. Y tú que piensas que vengo aquí a divertirme»… Una ominosa sombra se cierne sobre los Estados Unidos: la sombra de la guerra. Desde luego el país del norte es belicoso por naturaleza. Desde su nacimiento como nación han sido pocos los años en que no ha estado en guerra. Tal se diría que la guerra es su industria principal. También en eso influye la política: cuando un presidente norteamericano está mal calificado por sus conciudadanos se las arregla para hacer una guerra en cualquier parte del mundo, y eso le sirve para elevar sus bonos. Tal es el caso de Trump, quien no vacilará en enviar tropas a donde sea con tal de mantenerse en el poder a pesar de su palmaria ineptitud. Otra vez escucharemos en los estadios deportivos las canciones patrióticas, y otra vez muchos hogares se enlutarán por la pérdida de un hijo. Así son las cosas. El presidente del club le informó al socio más joven: «En la pasada sesión acordamos que podrán venir aquí las esposas de los socios». Dijo el muchacho: «Yo no soy casado. ¿Puedo traer una amiguita?». «Imposible -respondió el presidente-. El acuerdo se refiere sólo a las esposas». «Entonces no hay problema -replicó el otro-. Todas mis amiguitas son esposas de algún socio». FIN.
MIRADOR
No pertenecen al viajero los paisajes del trópico. Le es ajeno ese verdor que se enredan al alma como liana; le son ajenas esas aguas que caen en lluvia, o corren en río, o se detienen en pantano.
El paisaje de este viajero es el desierto. Lo ha visto desde niño y lo conoce. Sabe de su fiera belleza que algunos no pueden ver; siente suyas sus inmensidades y sus lejanías.
Ha cruzado el viajero este desierto y ha mirado la flor de la biznaga, y ha visto la pequeña criatura que desde su piedra atisba al mundo. Contempló el vuelo del gavilán y la carrera del coyote. Cuando llegó la noche pudo ver el Camino de Santiago, la gran vía de luz sobre su frente, y pensó que podía alzar las manos y mojárselas de estrellas.
Aquí, en este paisaje desnudo, se desnuda el alma. Aquí, donde es tan fácil perderse, es muy fácil encontrarse. Ama el viajero su desierto, y cuando vuelve a él es como si a sí mismo regresara.
¡Hasta mañana!…