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CENA DE NEGROS
Marco A. Vázquez
17/03/17
La letra con sangre entra…
El niño agachado y con cinta adhesiva en su boca, apenas cursa el tercero de primaria pero su imagen siendo avergonzado ya se hizo viral en las redes sociales, en el Facebook, que fue donde la colocó su maestra informando que lo tenía castigado de esa manera porque sólo así lo mantenía callado.
Ocurrió en Matamoros este bochornoso acto, por supuesto que la autoridad educativa hizo de inmediato su trabajo, separó a la maestra de su cargo y la mantiene bajo investigación acusada de dos faltas graves, la de castigar al niño poniéndole cinta adhesiva en la boca y la de tomarle la fotografía y burlarse de él en el Facebook.
Sin embargo, el tema tiene más fondo y sirve para ilustrar la debilidad del maestro para controlar grupos, para asegurarse respeto y que los niños lo vean como una figura ejemplar e intocable dentro del salón de clases, va la historia.
Hace unos 30-35 años, cuando quien esto escribe estaba en la primaria, esa acción de colocarle cinta en la boca a un niño habría pasado como un castigo más, ni siquiera severo, nada parecido a ponerte orejas de burro y dos reglazos frente al grupo porque se te olvidaba la capital impronunciable de un país de Asía o África, tampoco es comparable a levantarte de la patilla y darte un coscorrón para que las divisiones no se te dificultaran, ni siquiera se asemeja a los borradorzasos que te lanzaba el maestro desde cualquier parte del salón nomás por presumir que tú eras quien ponía desorden.
Lo extraño es que en aquellos tiempos nadie se traumaba por semejantes actos de barbarie, más extraño es que si llegabas a casa y contabas que eras víctima de los golpes o castigos absurdos del maestro recibías otra ración igual, cuando “andabas de malas” los convencías de que fueran a preguntar el motivo nomás para que les dijeran que te portaste mal y el asunto acabara con tú mamá o papá mencionándole al maestro que cuando sucediera otra vez te volviera a castigar y aparte te quedabas en el salón temeroso, con la consigna del “vas a ver llegando”.
En aquellos años el control del maestro y de los padres de familia sobre los niños era total, el DIF sí existía, era mera figura decorativa en ese aspecto, las comisiones de derechos humanos todavía no se inventaban.
Diez años después de lo que le cuento, hace unos 20 o 25 años, empezó a funcionar la protección a los niños, las instrucciones de la autoridad educativa a los maestros fueron tajantes, nada de golpes, nada de castigos y empezaron a correr o poner a disposición a todos aquellos que caían en la tentación de pegarle a sus niños.
Los padres de familia se volvieron intolerantes a esas prácticas, cuando sus hijos eran golpeados o castigados iban a enfrentar a maestros, los denunciaban, obligaban a que los corrieran de las escuelas.
El niño se empoderó, inteligentes como son, entendieron que se habían convertido en intocables, desafiaron a los maestros y a ese ritmo se provocó que cayeran estrepitosamente en las evaluaciones de conocimientos, no aprendían ni querían hacerlo y ya nadie podía controlarlos en las escuelas… ni en la casa.
Casualidad, o consecuencia, las generaciones de los chicos menores de 25 años son incontrolables y las que más metidos en el delito se encuentran, peor aún, hoy es casi imposible que los niños de una secundaria se comporten con orden, hay escuelas donde se percibe que más que futuros profesionales están preparando a la delincuencia del futuro y en casi todas las instituciones hay ejemplos del mal comportamiento, incluso de los que llegan al delito.
Es claro que la petición no es que regresen los golpes o castigos como forma de control y para poner orden, pero el caso nos exhibe que en las escuelas Normales, o donde se preparé a los maestros, no se les están enseñando técnicas que suplan aquellos golpes, que sean efectivas para tener un salón trabajando y con orden.
Sí, sí, es real que los padres alientan ese mal comportamiento, hay casos, sobre todo en secundarias, donde los muchachos amenazan con decirle al padre que vaya a golpear a una maestra o maestro que les reprueba o reprende y lo peor es que sucede, no hace muchos meses hasta circuló un video de la golpiza que recibió una maestra que no le puso diez a un muchacho que no lo merecía.
Sirva el caso del niño de Matamoros para que la autoridad educativa pueda comprender que hay debilidad en la enseñanza a los maestros y si, para que de una vez por todas convoque a los padres de familia a entrarle al tema del orden con seriedad y compromiso, créalo, es ahí donde puede empezar a resolverse nuestro problema de inseguridad y violencia, quizá no sean tiempos de volver a decir que «la letra con sangre entra» como en los días que mi infancia, pero sí es un buen momento para buscar soluciones reales a tanto desorden e indolencia en el sistema educativo.