NOTICIERO

HÉCTOR MIGUEL CHÁVEZ

17/07/2016

Científica italiana vivió más de 100 años::: Fue una soltera vitalicia::: Ganó el Premio Nobel de Medicina::: Hija de una madre sometida a un padre victoriano::: “Nunca obedeceré a un hombre como mi madre obedeció a mi padre”::: Descubrió el Factor de Crecimiento Nervioso::: Apoya la eutanasia:::

hectormiguelchavez@gmail.com

H. Matamoros, Tam.- El tema del feminismo, la equidad de género y en general, todo sobre las mujeres ocupa la atención mundial y es por eso que algunos medios de comunicación internacionales se han dedicado a presentar casos de mujeres extraordinarias.
Por ejemplo, en la televisión se transmite la historia de Maria Montessori, que creó el sistema educativo que lleva su nombre y los periódicos europeos divulgan también, por otra parte, la historia de Rita Levi-Montalcini, una mujer que vivió más de 100 años conservando una gran lucidez y trabajando para las mujeres y para la ciencia.
Fue Premio Nobel de Medicina y hasta los últimos días de su vida feminista de corazón. Por tratarse de una mujer excepcional me permito compartir con ustedes la siguiente entrevista que circula en las redes y que es un muy merecido homenaje para esta italiana de hermosos ojos azules. En virtud de su extensión, la publicaré en tres partes. Dice así:

Soltera y feminista perpetua
El 22 de abril cumple 100 años Rita Levi-Montalcini. La científica italiana, Premio Nobel de Medicina, soltera y feminista perpetua -«yo soy mi propio marido», dijo siempre- y senadora vitalicia produce todavía más fascinación cuando se la conoce de cerca. Apenas oye y ve con dificultad, pero no para: investiga, da conferencias, ayuda a los menos favorecidos, y conversa y recuerda con lucidez asombrosa.
Sobrada de carácter, deja ver su coquetería en las preciosas joyas que luce, un brazalete que hizo ella misma para su gemela Paola, el anillo de pedida de su madre, un espléndido broche también diseñado por ella. Desde sus ojos vivísimos, Levi-Montalcini escruta a un reducido grupo de periodistas en la sede de su fundación romana, donde cada tarde impulsa programas de educación para las mujeres africanas.

Descubrió el Factor de Crecimiento Nervioso
Por las mañanas visita el European Brain Research Institute, el instituto que creó en Roma, y supervisa los experimentos de «un grupo de estupendas científicas jóvenes, todas mujeres», que siguen aprendiendo cosas sobre la molécula proteica llamada Factor de Crecimiento Nervioso (NGF), que ella descubrió en 1951 y que juega un papel esencial en la multiplicación de las células, y sobre el cerebro, su gran especialidad. «Son todas féminas, sí, y eso demuestra que el talento no tiene sexo. Mujeres y hombres tenemos idéntica capacidad mental», dice.

Rechazo repetir la historia de su madre
Con ella está, desde hace 40 años, su mano derecha, Giuseppina Tripodi, con quien acaba de publicar un libro de memorias, La clepsidra de una vida, síntesis de su apasionante historia: su nacimiento en Turín dentro de una familia de origen sefardí, la decisión precoz de estudiar y no casarse para no repetir el modelo de su madre, sometida al «dominio victoriano» del padre; el fascismo y las leyes raciales de Mussolini que le obligaron a huir a Bélgica y a dejar la universidad; sus años de trabajo como zoóloga en Misuri (Estados Unidos), el premio en Estocolmo -«ese asunto que me hizo feliz pero famosa»-, sus lecturas y sus amigos (Kafka, Calvino, el íntimo Primo Levi), hasta llegar al presente.

La culpa de las desdichas…
Sigue viviendo a fondo, come una sola vez al día y duerme tres horas. Su actitud científica y vital sigue siendo de izquierdas. Pura cuestión de raciocinio, explica, porque la culpa de las grandes desdichas de la humanidad la tiene el hemisferio derecho del cerebro. «Es la parte instintiva, la que sirvió para hacer bajar alaustralopithecus del árbol y salvarle la vida. La tenemos poco desarrollada y es la zona a la que apelan los dictadores para que las masas les sigan. Todas las tragedias se apoyan siempre en ese hemisferio que desconfía del diferente».

Apoya la eutanasia
Laica y rigurosa, apoya sin rodeos el testamento biológico y la eutanasia. Y no teme a la muerte. «Es lo natural, llegará un día pero no matará lo que hice. Sólo acabará con mi cuerpo». Para su centenario, la profesora no quiere regalos, fiestas ni honores. Ese día dará una conferencia sobre el cerebro.

Pregunta. ¿Cómo es la vida a los cien años?
Respuesta. Estupenda. Sólo oigo con audífono y veo poco, pero el cerebro sigue funcionando. Mejor que nunca. Acumulas experiencias y aprendes a descartar lo que no sirve.

Decidió nunca casarse
P. ¿Se arrepiente de no haber tenido hijos?
R. No. Era adolescente cuando decidí que nunca me casaría. Nunca habría obedecido a un hombre como mi madre obedecía a mi padre.
P. ¿Recuerda el momento en que decidió estudiar? ¿Qué dijo su padre?
R. Era el periodo victoriano. Mi padre era una persona de gran valor intelectual y moral, pero un victoriano. Desde niña estaba contra eso, porque veía a mi padre dominar todo, y decidí que no quería estar en un segundo plano como mi madre, a la que adoraba. Ella no mandaba. Dije a mi padre que no quería ser ni madre ni esposa, que quería ser científica y dedicarme a los otros, utilizar las poquísimas capacidades que tenía para ayudar a los que necesitaban. Que quería ser médica y ayudar a los que sufrían. Él me dijo: «No lo apruebo pero no puedo impedírtelo».

Contra los dogmas
P. ¿Qué momentos de su vida han sido más emocionantes?
R. El descubrimiento que hice, que hoy es más importante que entonces. Cuando cada experimento confirmaba mi hipótesis, que iba completamente contra los dogmas de ese tiempo, viví momentos emocionantes. Quizás el más emocionante. Por el resto, el reconocimiento de Estocolmo me dio mucho placer, claro, pero fue menos emocionante.

Share Button