Jorge A. Pérez
10/06/15
NI SIQUIERA SE PARÓ
Todavía no terminaba la jornada electoral y La Canora ya andaba echando pestes contra el camión que la atropelló.
Así fue, la perra se quedó sola y con la puerta abierta, ella curiosa como siempre lo ha sido, salió primero al porche, después se animó a recorrer la banqueta y al ver que ya no había periódicos, (los vecinos cancelaron su suscripción), decidió bajarse a la banqueta, pero sin precaución y los resultados están a la vista.
Ningún vecino me avisó, la pobre perra ahí estaba junto a la banqueta lamiéndose las heridas y volteando para todos lados con esa mirada de rencor que le caracteriza cuando las cosas no salen como ella las pensó.
El Ringo, nuevo inquilino de la casa, fue quien hizo que me percatara, pues corría de un lado a otro y se dirigía a la ventana con la clara intención de que me asomara.
Cuando por fin lo hice, me asombré de que siguiera con vida, así que con la compañía del pequeño can, me dirigí a la calle y antes de cerrar la puerta, logré observar una mueca parecida a una sonrisa en el hocico del perrito, recordemos que ellos no se llevan muy bien que digamos, todo derivado desde la llegada del intruso que se ha convertido en el líder de la manada en la casa.
Crucé la calle y observé a la perra, a distancia claro está, pues una perra herida es peligrosa.
Llamé al veterinario y me dijo que no la moviera sin colocarle un bozal, obvio pensé que eso sería imposible, pues desde hace poco más de un año y medio, ella se ha dedicado a abrir el hocico y ladrar por cualquier motivo; que si un perro se acerca, ladra, que si un vecino sale, ladra, que si amanece lloviendo, ladra.
Recordé las enseñanzas del Pato Zambrano y regresé a casa, gritando como loco ¡¡¡Una hebilla!!! ¡¡¡Una hebilla!!!, mi esposa me devolvió la mirada con cara de yo no uso cintos, así que me dirigí a la recámara y encontré uno de esos que ya no uso, cinto piteado y hebilla vaquera con cabeza de vaca.
Salí, me acerqué por detrás de la perra y le coloqué el cinto alrededor del hocico, para mi sorpresa no opuso resistencia, pero al apretar el cinto y ver la imagen de la hebilla, se puso como loca y se revolcaba de un lugar a otro, lastimándose más.
Ya con calma revisé los daños: una pata y una pierna quebradas, los glúteos raspados y las orejas peladas. Con ayuda de un vecino, pues la perra ya está muy gorda la pude subir a la caja de la camioneta y la llevé a la clínica, me dice el médico que se recuperará pronto, aunque cojeará de por vida, los daños son tantos que la marcarán para siempre, pero con rehabilitación podrá una vez más caminar con sus cuatro patas.
Ahí se quedó toda deprimida, pronto volverá a casa, donde hay fiesta, pues su ausencia se ha tomado como un alivio, pues La Serena y El Ringo consideran que esto le pasó por imprudente.
La Serena dice que ella le avisó que por ahí no era, que esa puerta permanecía cerrada porque afuera había peligro, pero ella no escuchó nada.
El Ringo no opina nada todavía, sin embargo salió bueno para el chisme y me dijo entre ladrido y aullido que quien la atropelló fue un camión de volteo, de esos que se usan para el acarreo de materiales y que después del incidente NI SIQUIERA SE PARÓ.