Desafío

Rafael Loret de Mola

5/05/15

*La Justicia de peña
*Los Hermanos Loyola
*Catorce y son Quince

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El concepto de justicia para el señor enrique peña nieto no ha variado gran cosa respecto al de sus antecesores: es necesario –dice- esforzarse –en el gobierno, supongo, porque abajo se sufre de lo contrario-, para que a las mayorías se les “acerque” a la misma. Esto es una rotunda confesión de parte: si tal es indispensable, en términos retóricos, significa que en el presente no es así y, por ende, se deduce las dimensiones de un engaño superlativo en contra de una ciudadanía en estado de indefensión.
De existir la justicia –no puede reconocerse que sólo es selectiva porque tal aserto derribaría al estado de derecho-, los no pudientes, abandonados a su suerte, no reclamarían el privilegio de la duda ni indagatorias profesionales más allá de los lugares comunes y la fabricación de culpables para exonerar a quienes cuentan con recursos para desviar la atención de quienes aplican la célebre “ley de Herodes”, esta es “o te chingas o te jodes”. Más vale en condiciones así no levantar siquiera la cabeza, lo mismo que en los estados fascistas, porque con ello se puede caer en los oscuros escenarios de la tortura como han apuntado, sin cesar, los visitadores de la Organización de las Naciones Unidas, exhibiendo las prácticas inhumanas aplicadas a los presuntos responsables de un delito para que confiesen hasta otros que ni siquiera están relacionados entre sí.
Lo curioso del asunto es que el torpe, tuerto gabinete de seguridad nacional –a veces creo que sus funciones son para actuar en contra de la soberanía hasta la declaración del “estado fallido”-, reconoció catorce casos escandalosos de tortura y pusieron los expedientes en manos del observador internacional quien, al llegar a Nueva York de retorno, dijo haber sido “presionado” por las altas autoridades –castrenses, policiacas e incluso diplomáticas-, para que modificara su versión y aligerara así la mala imagen del gobierno mexicano en esta cruda etapa de genocidios y secuestros interminables.
Juan Méndez, relator de la ONU, fue objeto, luego de sus declaraciones sobre la prevalencia de la tortura en las cárceles mexicanas, de descalificaciones y quejas por parte de nuestro gobierno cuyos voceros insistieron haber aceptado sólo “catorce casos” en los que pudo darse algún tipo de presión psicológica o física. Pero el funcionario internacional no cedió un ápice, se mantuvo firme e insistió en las “presiones” –acaso se cuidó, conocedor del lenguaje diplomático, del término “amenaza” que habría dado cauce a otra conducta por parte de la propia Organización-, del gobierno peñista y en la ausencia de procesos justos apegados a los lineamientos universales que, por ejemplo, no respetan, ni mucho menos, los custodios de Guantánamo quienes desfogan su odio contra los fundamentalistas sin limitarse en humillaciones y torturas. Desde luego, queda muy claro, nuestro país no es exclusivista del tema pero sí recurrente pecador.
Lo anterior se dio el 2 de abril y antes de que finalizara el mes, el señor peña decidió aprovechar la entrega del “informe” sobre la justicia en México con la participación de diecisiete instituciones académicas del país y en el que, entre otra cosas, se puntualiza que México ocupa el lugar setenta y nueve entre noventa y nueve países estudiados en la materia –es decir muy cerca de la cola y muy lejos de la vanguardia-, motivo que quizá le dio un respiro a quienes esperaban una evaluación peor. Fue, en este marco, un tanto kafkiano, cuando el mandatario federal en funciones recurrió a la retórica.
Jugando con las palabras, siguiendo las líneas demagógicas que le dicta su asesor Aurelio Nuño Mayer, peña nieto cayó en el viejo discurso de aplicar justicia a las mayorías –señal de que NO la tienen-, porque ésta se encuentra “rezagada, olvidada y en muchos casos rebasada”… supongo que por los poderes fácticos, concluye el columnista. Y no fue todo, sino que puntualizó: “en la praxis –es decir en los hechos-, esta justicia suele ser excluyente, lenta, compleja y costosa”.
Magnicidios, genocidios, secuestros, extorsiones de todo tipo y una displicencia pública patológica, exhibida además mundialmente desde septiembre pasado cuando se conoció la matanza de Tlatlaya –ocurrida el 30 de junio de 2014-, y estalló la brutal represión en Iguala dando cauce a un conflicto, convertido en global, por las desapariciones forzadas de cuarenta y tres normalistas cuyos padres recorren diversas ciudades, incluyendo los Estados Unidos y Canadá –señal que evidencia el apoyo financiero de mexicanos muy pudientes y hartos de la administración federal-, con el justo temor de que los muchachos estén esclavizados en las minas de oro de Iguala o en los laboratorios de cocaína dirigidos por mafias como “Guerreros Unidos” y “Nueva Generación”, una parvada de jovencitos violentísimos cuyas patologías tienen como origen, dolorosamente, la desesperación y la desesperanza. ¿A quiénes culpamos con ellos? ¿A cuántos estallan o al gobierno mentiroso y vil que les niega oportunidades de trabajo dignas?
Ya lo observé en Ciudad Juárez en los lindes con El Paso, Texas, desde donde puede atestiguarse la miseria desde residencias de lujo. Es la colonia Anapra, fundada por los algodoneros en la época de los setenta del siglo pasado, y desde donde suelen originarse los túneles binacionales por donde cruzan las drogas y los capos aprovechando que las humildes chozas resultan extraordinarios camuflajes. En ocasiones hay mayor lujo en los andenes subterráneos que en la superficie atosigada, además, por la contaminación incesante de cementeras ubicadas al otro lado desligándose de cualquier ley mexicana y riéndose de las constantes peticiones de evitar las emulsiones mortales que respiran los humildes. ¿Puede entenderse, en esta perspectiva, los porqués de la rebeldía de los jóvenes cooptados por las mafias antes de que lleguen los soldados a hacer lo mismo?
La justicia para ello es temporal:
–Ya sé –me dijo uno de los distribuidores de drogas en Juárez-, que a mí o me entancan o me entumban… pero mientras me la pasaré a toda madre. ¿O qué quiere? ¿Qué viva sesenta años entre ese polco que destruye por dentro? Bueno, sesenta años es un decir porque nadie por allí alcanza esta edad.
Debate
Los hermanitos Moreira, en Coahuila, tenían una afinidad: ambos eran del PRI si bien Rubén amenazó a Humberto con saltarse las sogas y encabezar una alianza opositora si “su” partido no le hacía candidato a pesar del mal olor causado por la sucesión en familia con la madre de ambos en calidad de promotora electoral. Otros, los Mendoza Ayala fueron creciendo y mudando de partido como les fueron llegando las “oportunidades” al grado de que Rubén compitió, abanderando al PAN, con peña nieta en pos del Palacio de Gobierno mexiquense. Antes fue priísta y ahora es perredista, sin el menor rubor.

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