De política y cosas peores

9/11/2018 – Las socias del Club Gardenia invitaron al general Ote a su reunión mensual a fin de que les hablara de sus experiencias en la milicia. Manifestó él: «Les agradezco la invitación, señoras mías, pero me veo en la penosa necesidad de no aceptarla. Soy muy mal hablado, y temo que en el curso de la plática se me escape alguna palabra inconveniente, lo cual me apenaría bastante». «No se preocupe usted, mi general -lo tranquilizó una de las señoras-. En vez de decir esa palabra diga usted: metáfora . Nosotras entenderemos». Asistió, pues, el general a la reunión y narró una de sus experiencias de soldado. «Estaba yo en un pueblo del norte del país y conocí a una hermosa mujer. Tenía un busto espléndido, enhiesto y firme; una grupa como de potra arábiga; piernas torneadas y muslos que se adivinaban invitadores como puertas que se abrían para brindar placeres indecibles. Y ya no le sigo, señoras, porque nomás de acordarme de aquella mujer ya se me está levantando la metáfora». Un problema que presenta numerosas aristas es el de la vivienda popular. Las llamadas «casas de interés social» podrán ser muy interesantes, pero algunas son poco sociales. Tan pequeñas las construyen a veces que para que entre el sol debe salirse el ocupante. La primera vez que me mostraron una de esas casas exclamé gratamente sorprendido: «¡Qué bien está! ¡Tiene hasta elevador!». No era elevador: eran la sala, el comedor y la cocina. Tales viviendas tienen paredes tan delgadas que si un marido le dice a su esposa: «¿Hacemos el amor?», de cinco casas llega la respuesta: «Esta noche no. Me duele la cabeza». Con todo, qué bueno que se construyan cada día más y mejores casas a fin de resolver así el déficit de viviendas que hay en México, y evitar de ese modo que millones de mexicanos vivan en habitáculos indignos, en condiciones verdaderamente inhumanas. El próximo Gobierno deberá no sólo intensificar su acción en el campo de la vivienda, sino propiciar en todas las maneras posibles bases más amplias para que los particulares puedan construir viviendas, pues si no el aumento constante de la población hará que cada día se agrave más este problema, ya de por sí mayúsculo… ¡Bravo, columnista! Tus declaraciones en torno a la vivienda popular son dignas de inscribirse, si no en bronce eterno o mármol duradero, sí por lo menos en plastilina verde. Las tomaremos muy en cuenta, y te prometemos no olvidarnos de ellas sino hasta dentro de 10 segundos. Es necesario ahora que aligeres el contenido de tu inane columneja narrando algunos otros chascarrillos. Por ejemplo, el de la muchacha que en el aeropuerto se despidió con amorosos abrazos y apasionados besos del apuesto joven. Cuando el avión levantó el vuelo la muchacha rompió a llorar desconsoladamente. La bondadosa dama que iba a su lado le preguntó, solícita: «¿Lloras porque tu marido se queda y tú te vas?». «No, -respondió la muchacha sin dejar de llorar-. Lloro porque ahora voy a mi casa con él»… Don Algón iba a contratar una nueva secretaria, y entrevistó a una de la cual le habían hablado muy bien. «Dígame, señorita Rosibel -le preguntó-. Si le ofrezco 15 mil pesos de sueldo a la semana, ¿me dirá que sí?». Contestó de inmediato Rosibel: «Por ese sueldo le diré que sí varias veces a la semana»… Tirilina era una chica muy flaquita. Cierto día se tragó entera una aceituna, y cinco muchachos huyeron del pueblo… Un grupo de parejas de edad madura se reunieron a cenar. Los maridos empezaron a hablar de sus respectivas experiencias. Acabados los relatos uno de ellos comentó en tono filosófico: «No cabe duda. Hemos tenido altas y bajas». Su esposa le musitó a la amiga que tenía al lado: «Él ya tiene puras bajas»… FIN.

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