De política y cosas peores

27/10/2018 – CIUDAD DE MÉXICO 26-Oct-2018 .-No cabe duda: Yogi Berra ha sido el catcher más famoso en la historia del beisbol. Es célebre no sólo por la calidad de su juego sino -sobre todo- por sus frases. Junto con Samuel Goldwyn, el magnate de la Metro-Goldwyn-Mayer, ese gran pelotero es autor del catálogo de despropósitos más grande con que cuentan los norteamericanos. Goldwyn decía, por ejemplo: «Un acuerdo verbal no vale ni siquiera el papel en que está escrito». Gustaba de dárselas de culto. Cierto día se embarcó en Nueva York para viajar a Europa. Desde la cubierta del barco les gritaba agitando su pañuelo a quienes fueron a despedirlo: «Bon voyage! Bon voyage!». El repertorio de frases memorables de Yogi Berra es aún más grande. He aquí algunas de ellas, entre las más conocidas: «Si en el camino encuentras una bifurcación, tómala». «Hemos cometido muchos errores equivocados». «Si la gente no quiere venir al parque nada la va a detener en su camino». «El 90 por ciento del beisbol es mitad inteligencia». «Esto es imposible. Jamás ha sucedido, y nunca ha vuelto a suceder». «¿Para qué comprar maletas caras? Sólo las vas a usar cuando viajes». «Aquí se hace tarde muy temprano». «Si no puedes imitarlos, cópialos». «Nadie va a ese restorán. Hay demasiada gente». «¿Qué haría si me encontrara una cartera con 100 mil dólares? Buscaría a su dueño, y si era pobre se la devolvería». «El futuro ya no sucede como antes». Y la frase inmortal en que se resume toda la sabiduría de Yogi, frase que no ha dejado de usarse en el beisbol y en referencia a cualquier circunstancia pendiente de realización: «Esto no se acaba hasta que se acaba». ¿Por qué a Yogi Berra le decían Yogi? Cuando de niño jugaba beisbol solía sentarse al borde del terreno para estudiar el juego de los otros peloteros. Lo hacía muy concentrado, cruzado de piernas y de brazos. Unos compañeros suyos habían visto cierta película donde aparecía un yogi de la India que se sentaba así, y empezaron a llamarlo Yogi. El mote se le quedó por el resto de sus días. Pues bien: Yogi Berra fue el catcher que le recibió a Don Larsen cuando éste lanzó su juego perfecto para los Yanquis de Nueva York, en Serie Mundial, el 8 de octubre de 1956. El juego no fue fácil. Larsen ponchó a siete de los 27 bateadores que enfrentó, pero tres estuvieron a punto de conectarle de hit, y sólo sendas sensacionales atrapadas de sus compañeros -una de ellas de Mickey Mantle- lo salvaron de perder la gran hazaña. Cuando el ampayer cantó el tercer strike que despachó al último bateador para el out final de la novena entrada, Yogi Berra, sin siquiera quitarse la careta, corrió hacia el montículo y se lanzó a los brazos de Larsen. La fotografía de ese jubiloso instante es una de las estampas clásicas del beisbol. Pues bien: soy el afortunado dueño de una de las pelotas que Don Larsen y Yogi Berra firmaron aquel día, y a la cual pusieron la fecha y las iniciales PG, juego perfecto. Esa pelota, debidamente autentificada, es para mí una cosa muy preciada. La compré hace años en una tienda de antigüedades de Las Vegas, y la guardo como tesoro invaluable. Me recuerda que este imperfecto mundo nos brinda a veces momentos de perfección. La vida -es decir Dios-, o Dios -es decir la vida- me han regalado instantes de plenitud en los cuales he podido sentir ese don inefable que se llama la felicidad. Hay quienes dicen que la felicidad no existe, que existen sólo momentos de felicidad. Yo no lo creo así. Pienso que la felicidad consiste en estar en armonía contigo mismo y con tu prójimo. He vivido intensamente esos momentos de plenitud, y espero vivir todavía muchos más. Esto no se acaba hasta que se acaba. FIN.

MIRADOR

Hace unos instantes contemplé a la muerte.
Estaba yo mirando hacia la calle por la ventana de la sala, y vi a una paloma de las que se llaman por acá «trigueras». Picoteaba una nuez de las que el nogal dejó caer y que alguien pisó, dejando su rica pulpa al descubierto.
De vez en cuando la paloma alzaba la cabecita para ver a la gata que estaba echada a unos metros de ella con actitud indiferente. Su indiferencia era una trampa. No advirtió la avecilla al otro gato que llegó por atrás con pasos silenciosos y se lanzó sobre ella. Un revolar de plumas puso marco a la muerte de la presa.
Alguien tildará al gato de asesino. Ciertamente no lo es. No mató por matar. Mató para comer junto con su compañera. Mató porque es su instinto; instinto de conservación que lo hace seguir viviendo.
Hace unos instantes contemplé a la muerte.
Hace unos instantes contemplé a la vida.
¡Hasta mañana!…

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