De política y cosas peores

13/10/2018 – «¡Eres a toda madre!». Así le dijo Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, a Marilina Grandpompier, muchacha de buena sociedad ya no tan buena. (La sociedad, quiero decir, no Marilina). He de reconocer que la expresión usada por Pitongo carece de aticismo, pero la dijo con entusiasmo tal que se perdona su vulgaridad. La linda joven había aceptado la invitación que le hizo el salaz tipo a beber un par de copas. Fue entonces que Afrodisio le dijo aquello: «¡Eres a toda madre!». Repitió la frase cuando ella accedió a acompañarlo a su departamento: «¡Eres a toda madre!», y la volvió a decir porque Marilina no puso reparos a ir con él a la cama: «¡Eres a toda madre!». Terminado el trance de fornicio la muchacha le dijo con tono grave a su galán: «Si a consecuencia de esto salgo embarazada y no te casas conmigo, me quitaré la vida». «¡Te digo! -exclamó alegremente el tal Pitoncio-. ¡Eres a toda madre!». Cada vez que me porto bien Diosito bueno me premia haciéndome ir a Mérida. Amo a esa hermosísima ciudad donde tantos motivos tengo para el afecto y para los recuerdos. Esta vez fui allá invitado por mi amigo Andrés Vázquez Ruiz, que es yucatense, o sea parte yucateco y parte coahuilense, o coahuilteco, esto es parte coahuilense y parte yucateco. Él me llevó al lucidísimo -y sabrosísimo- banquete en el cual se festejó el aniversario de una empresa ferretera que tiene lindo nombre: «El niplito». La fundó el matrimonio Farjat Vázquez en la cochera de su casa hace 45 años, y hoy tiene sucursales en toda la península. La noche anterior, que casi vimos convertirse en día, fuimos a la serenata que cada jueves tiene lugar en el precioso parque de Santa Lucía, donde late el corazón de la trova yucateca y de la música y danzas de las vaquerías. Acabado el evento, que congrega lo mismo a visitantes que a moradores de la ciudad blanca, Andrés trajo a nuestra mesa a un excelente trío que nos llenó la noche y el alma con las canciones de Guty y Palmerín, de Coqui Navarro y de Pastor Cervera, de Armando Manzanero y Sergio Esquivel. Un solo lapsus tuvieron los cantores: me sorprendió saber que no sabían «Un cruel puñal», esa bella canción que tan bellamente canta Óscar Chávez: «Un cruel puñal con arabescos de oro / llevo en el pecho hasta la cruz clavado. / Una bella mujer a la que adoro / al ir pasando lo dejó olvidado». Todo esto viene a colación porque el día siguiente lo dediqué, preguntón que soy de oficio, a recoger opiniones acerca del Tren Maya que López Obrador se propone construir, les guste o no les guste. Para mi sorpresa todos los pareceres que escuché, lo mismo entre gente sencilla -el mesero; la encargada de la pequeña tienda de artesanías- que entre importantes empresarios, personas del Gobierno y comunicadores, fueron favorables al proyecto. Se considera que el tren de AMLO será un detonador para la economía de una vasta zona del país que no ha recibido plenamente los beneficios de la modernidad. Noté incluso entusiasmo por esa obra, de modo que me he visto obligado a revisar mis conceptos sobre ella. Espero entonces que el Tren Maya sea de beneficio para la península. Y espero también que aquel buen trío se aprenda «Un cruel puñal». Nalgarina, vedette de moda, iba a desposar a un un rudo sujeto de nombre Frank Henstein, que ciertamente no se caracterizaba por su galanura. Una amiga le preguntó a la cantatriz: «¿Por qué te casas con ese hombre? Es más feo que pegarle a la Madre Teresa». «Ya lo sé -respondió ella-. Pero tiene algo muy grande que me encanta». «¿Qué es? ¿Qué es?» -inquirió la amiga abriendo mucho los ojos para oír mejor. Contestó Nalgarina: «Su cuenta bancaria». FIN.

MIRADOR

«Arca monarca de buen parecer, / que el hombre más sabio no la puede hacer; / sólo el Dios del cielo con su gran poder».
Si dijiste: «La nuez» acertaste con la respuesta de la adivinanza.
Ayer recogí en el huerto las primeras tres nueces que dejó caer el nogal grande. La primera se la llevé a mi mujer; la segunda la puse al pie de la bendita imagen de San Isidro Labrador en la capilla del Potrero, y con la tercera comulgué yo.
Don Abundio cuenta el cuento del hombre que puso en duda la sabiduría del Señor. Se preguntó el sujeto por qué la nuez, siendo tan pequeñita, crece en la altura de un gran árbol, en tanto que la sandía, de magnífico tamaño, nace de una humilde enredadera al ras del suelo. Debió haber sido al revés, se dijo. En ese momento una nuez cayó del árbol y le dio en la cabeza. El mentecato supo entonces que quizá los designios de Dios sean inescrutables, pero son siempre sabios.
Comí la nuez que el viejo nogal me regaló. Al terminar esa eucaristía escribí esta frase en mi cuaderno:
«Tan noble fruto es la nuez que tiene dos corazones».

¡Hasta mañana!…

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