03/10/2018.- «La historia suena tan buena que quiero comprar los derechos para la película»: Harvey Weinstein reaccionó con esa arrogancia al artículo del New York Times que hace un año desmontó su imperio de abuso sexual.
No tenía idea de la magnitud que tendría esta historia publicada el 5 de octubre. Cinco días después, la revista The New Yorker agregó más leña al fuego con contundentes denuncias de violación, que se remontaban a décadas.
Así se fueron multiplicando las acusaciones contra quien fuera llamado un «monstruo».
Mujeres, incluidas grandes estrellas de Hollywood, salieron de las sombras para compartir su dolorosa experiencia con este hombre que fue considerado un dios en la industria, con el poder de construir o destruir carreras en el mundo del entretenimiento.
Y se aseguraba de que sus víctimas lo supieran para obligarlas a callar.
Ashley Judd, Gwyneth Paltrow, Kate Beckinsale, Uma Thurman y Salma Hayek lo han acusado de diferentes agresiones, desde acoso sexual a violación, como Asia Argento, Lucia Evans, Rose McGowan y Paz de la Huerta.
Mira Sorvino y Ashley Judd aseguran que acabó con sus carreras por no acceder a sus insinuaciones.
Fue expulsado de la Academia del cine de Estados Unidos y The Weinstein Company (TWC), el estudio que fundó con su hermano Bob y que ganó 75 premios Óscar, terminó en la bancarrota y vendido a un fondo de inversiones.
Su matrimonio con la diseñadora de modas Georgina Chapman, con quien tuvo dos de sus cinco hijos, también terminó.
Y de las cenizas del imperio que construyó aquel muchacho de Queens, nacieron movimientos como el #MeToo y el Time’s Up y a un cambio cultural de actitud ante este tipo de conductas, no solo en Hollywood sino en la política: el proceso para confirmar al juez Brett Kavanaugh a la Corte Suprema de Estados Unidos es el mejor ejemplo.
Las revelaciones en su contra destaparon además una olla que salpicó a famosos como los actores Kevin Spacey y Morgan Freeman, y más recientemente al expresidente de la televisora CBS Leslie Moonves.
Aún es un tipo corpulento de 100 kilos, un poco intimidante. Lo defiende Benjamin Brafman, famoso por representar a celebridades, políticos y hasta miembros de la mafia.
Pero ya no tiene el poder que le permitía citar a actrices en cuartos de hotel, donde las recibía apenas cubierto con una bata de baño e invitaba a dar o recibir masajes y a que lo vieran masturbarse.
En noviembre, después de que estalló el escándalo, se internó en un centro de rehabilitación para tratar su adicción al sexo y pedía una segunda oportunidad, que todo indica nunca recibirá.
La máquina que construyó para facilitarle acceso a sus presas, y de espías y cómplices para comprar silencios, finalmente se apagó.
Le queda el Óscar que ganó como productor de «Shakespeare enamorado» y los recuerdos de décadas de adulación, de poder, de influencia.
Fue también reconocido por sus contribuciones en campañas contra el sida, la diabetes juvenil y la esclerosis múltiple. También hizo donaciones al Partido Demócrata, incluidas las campañas de Barack Obama y Hillary Clinton.
Las películas favoritas de Harvey son «Luces de la ciudad» con Charles Chaplin y «Ayuno de amor».
Después de Miramax, vino la TWC, que fundaron en 2005 y que Lantern Capital compró por 289 millones de dólares.
«Chicago», «El paciente inglés», «El artista», «El discurso del rey» son algunos de los filmes que llegaron de su mano a la gloria del Óscar.
El trabajo del New York Times que lo desenmascaró le valió el premio Pulitzer a las periodistas Jodi Kantor y Megan Twohey, que compartieron con Ronan Farrow del New Yorker.
Y la película sobre los abusos de Weinstein, aquella que era «tan buena» que quería los derechos, se va a hacer… solo que no será él el productor, sino Brad Pitt.
Agencias