8/09/2018 – «Me acuso, padre -le dijo Pirulina a don Arsilio-, de que anoche hice el amor con mi novio». «De penitencia -le indicó el buen sacerdote- rezarás un rosario». «Rezaré dos, padrecito -replicó Pirulina-. Esta noche voy a salir con él otra vez». Capronio le comentó a su suegra: «Usted y yo tenemos algo en común». «¿Qué es?» -receló la señora. Contestó Capronio: «A los dos nos habría gustado que su hija se hubiera casado con otro». La señora rechazó a su marido. «Hoy no. Me duele la cabeza». Ofreció el urgido señor: «Te prometo no hacerte nada en la cabeza». El maestro de Pepito lo felicitó: «En estos días tus tareas han mejorado bastante». «Gracias, profe -agradeció el chiquillo-. Es que mi papá anda de viaje». Don Algón, salaz ejecutivo, conoció en una fiesta a una linda chica. Le dijo: «Corazoncito -en alguna parte había oído esa expresión-: daría 500 pesos por besar esa boquita preciosa». Con sonrisa insinuativa respondió la muchacha: «¿Por qué no aspira al gran premio de los 5 mil pesos?». El más reciente de mis libros se llama «Teologías para ateos». Está dedicado «A los que creen, porque creen. A los que no creen, porque creen que no creen». Diana, mi querida casa editorial, del Grupo Planeta, hizo una elegantísima edición de la obra. En su contraportada puso estas palabras: «Este libro es diferente a todos los demás que Catón ha escrito. En él nos entrega sus pensamientos y sus sentimientos en torno de los misterios que a los hombres han inquietado siempre: Dios, la eternidad, el alma, lo que hay después de la muerte. Las certeras intuiciones del autor, al mismo tiempo amenas y profundas, seducen por su originalidad, y son una grata invitación a reflexionar sobre los temas que verdaderamente importan y en los que rara vez pensamos». Por mi parte yo escribí en el prólogo del libro: «Hay un personaje que rara vez aparece en los periódicos. Se llama Dios. Lo conozco a través de algunos de sus representantes: la vida, el universo, la naturaleza. También suelo hallar a ese Señor en un niño, un poema, el amor de mi mujer, o en cosas como una catedral o una brizna de hierba. Cuando lo vea al final -o sea al principio- lo reconoceré, pues siempre he estado cerca de él, aunque haya estado lejos. Me dirá: Te esperaba . Y le diré yo: He vuelto .». En las páginas de este libro está Malbéne, el controvertido teólogo; está el padre Soárez, que suele charlar con el Cristo de su pequeña iglesia; está San Virila, a quien los milagros le brotan como el agua a una fuente; y Jean Cusset, ateo con infinitas excepciones, y están mis Historias de la Creación del Mundo, y las filosofías de John Dee, y los hombres y mujeres que me habría gustado conocer, y mis viajes por este y otros mundos. Están, en fin, mis reflexiones sobre ese Ser cuya presencia me salva de todas las ausencias. Presentaré «Teologías para Ateos» mañana domingo a las 17.30 horas, en la Sala «Julio Torri» de la Feria Internacional del Libro de Coahuila. En fechas próximas (las tengo ya anotadas en mi agenda) llevaré el libro -o el libro me llevará a mí- a Hermosillo, Guadalajara, Monterrey, Ciudad de México y cuantas ferias me llamen para que esté en ellas. Espero verte para darte las gracias por ser uno de mis cuatro lectores. En la reunión de parejas los hombres se fueron al jardín y las mujeres siguieron en la sala. Uno de los señores señaló la medida de algo con las manos, que puso más o menos a 12 pulgadas una de la otra. Eso fue visto por las señoras. Y comentó la esposa del señor: «O está diciendo de qué tamaño era el robalo que pescó o está echando una mentira muy grande». FIN.
MIRADOR.
Doña Rosa está barriendo su casa del Potrero.
Piso de tierra tiene esa casa campesina, pero parece que lo tiene de alabastro o mármol. Tan pulido se mira que podría uno mirarse en él.
Va y viene la escoba de doña Rosa. No levanta polvo porque su dueña ha regado antes el suelo con agua que su mano saca de una tina. La escoba de doña Rosa viene y va. No deja rincón sin visitar, y saca de él hasta la más pequeña brizna de basura. Ahora pasa por abajo de la mesa. Luego va a donde estaban las sillas, que la mujer movió para que la escoba pudiera entrar ahí.
Termina doña Rosa de barrer. Levanta con un recogedor lo que ha barrido y lo lleva afuera, donde está el bote de la basura. La casa ha quedado limpia como una patena, brillante como un brillante, clara como un amanecer. Ninguna impureza hay ahora en ella. En la casa no cabría ahora ni un mal pensamiento.
Yo quiero que una escoba como la de doña Rosa me barra el corazón y el alma.
¡Hasta mañana!…