De política y cosas peores

6/09/2018 – Me acuso, padre, de que soy casado, y sin embargo estoy teniendo sexo con Chichonia Nalgatier». Así le dijo aquel hombre al padre Arsilio. Preguntó el sacerdote: «¿No eres tú el marido de Uglilia Gélida, esa mujer de agrio carácter, desprovista de todo atractivo físico y espiritual, y no es la tal Chichonia esa bella y simpática muchacha de busto exuberante y opimo caderamen que, según dicen, domina todas las artes del amor sensual?». «Así es, padre» -respondió, contrito, el penitente. Le indicó el confesor: «Entonces no puedo darte la absolución». «¿Por qué, señor cura?» -inquirió, desolado, el individuo. Contestó el padre Arsilio: «¡Porque tengo la seguridad de que no estás arrepentido, desgraciado!». A este amigo mío, priista de toda la vida, se le vino el mundo encima cuando en el desayuno de los martes intentó hacer una tímida defensa del Presidente Peña Nieto. Peor aún le fue cuando nos asestó un deplorable juego de palabras: «Del árbol caído todos hacen Peña». Hubo quienes propusieron expulsarlo ad perpetuam de la mesa. Si se salvó de ese ostracismo fue sólo porque, sinceramente arrepentido, ofreció pagar la consumición de todos. Y es que este sexenio tuvo arranque de jaca andaluza y llegada de mula manchega. Tras el Pacto por México y las importantes reformas que Peña emprendió -energética, fiscal, educativa- el régimen naufragó en un piélago de corrupciones e ineficiencias que lesionaron en forma irremediable la imagen presidencial. Este sexenio será recordado sobre todo por el escándalo de la llamada Casa Blanca y por la tragedia de Ayotzinapa, de la cual los comunicadores del Presidente no supieron deslindarlo, por más que no tenía relación alguna con lo sucedido. En el desayuno del próximo martes expondré estas ideas. Espero no ser condenado a ostracismo. Por encima de cualquier intento de defensa, y a pesar de las exorbitantes sumas gastadas en propaganda oficialista, este sexenio pasará a la historia como uno de los más cuestionados, y Peña Nieto como uno de los presidentes más impopulares. El buen Dios hizo llamar a San Pascual Bailón, patrono celestial de guisanderos, y le pidió que preparara una comida para los bienaventurados que estaban la gloria celestial. «Quiero agasajarlos -le dijo- por haber cumplido mis santos mandamientos. Toma nota del menú». Trajo San Pascualito lápiz y papel, y el Señor le dictó: «A los que cumplieron el primer mandamiento les servirás un platillo de perdiz. A los que observaron el segundo, un platillo de salmón. A quienes obedecieron el tercero, un platillo de pollo. A los bienaventurados que acataron el cuarto mandamiento les harás un platillo de faisán. A los que no se apartaron del quinto, un platillo de lechón. A los que respetaron el séptimo un platillo de carnero. A los que pusieron en práctica el octavo un platillo de cerdo. Y finalmente, a los que se sujetaron al décimo les ofrecerás un platillo de ternera». San Pascual revisó sus notas. «Señor: te saltaste el sexto y el noveno mandamientos: no fornicarás y no desearás la mujer de tu prójimo». Dijo el Señor: «Ésos son los más difíciles de cumplir. A los bienaventurados que obedecieron esos dos mandamientos les prepararás un platillo particularmente espléndido: caviar con setas y caracoles; pâté de foie gras y crema Besében con reducción de lenguas de canario, esfumado de aletas de hipocampo y sugerencias de chicharrón de aldilla de Saltillo, todo bañado en espuma de champaña». «¡Ah no, Señor! -protestó San Pascual-. ¡Busqué en Internet, y en el Cielo hay nada más un hombre que cumplió el sexto y el noveno mandamientos! ¡No voy a preparar un platillo tan complicado solamente para un comensal!… FIN.

MIRADOR.

La estatua era de mármol.
Mostraba una imagen femenina de extraordinaria belleza.
La imagen no era de una diosa.
Era mucho más que eso.
Era la imagen de una mujer.
Cada vez que el hombre pasaba junto a ella rozaba levemente con su mano uno de los hermosos senos de la estatua.
Ese rito secreto era un homenaje a la belleza que había en la mujer; a la belleza que hay en todas las mujeres.
Jamás dejaba el hombre de cumplir su fervoroso rito: día tras día, al pasar frente a la estatua, ponía con unción su mano en un seno de la mujer-diosa. De la diosa-mujer.
Una noche la estatua lo tomó suavemente por el brazo y.

¡Hasta mañana!…

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