Sucesos y hechos
3/07/2018 – Se ha dicho de Lenin que en agosto de 1917, un poco antes de apoderarse del poder, dejó inacabado un folleto, muy mal escrito, sobre la Revolución y el Estado, porque creyó más útil y más oportuno experimentar la revolución que escribir sobre ella. Miguel de Unamuno.
Muy querido y dilecto lector, de mi última columna a la presente, nos guste o no, somos un México diferente; en un lapso de tiempo, que dentro de la relatividad del mismo puede ser corto o puede ser largo, un suspiro o una eternidad. Pero hubo sucesos y hubo hechos que nos han marcado y es de suma importancia señalar la diferencia entre uno y otro.
Filosofar al respecto de esta diferencia ayuda mucho en la vida cotidiana para saber si uno se deja llevar en sus emociones o se controla para no cometer errores garrafales. Decía, precisamente, el escritor español Miguel de Unamuno que la diferencia que se da entre un suceso y un hecho tiene que ver con lo que sucede y pasa por un lado, a lo que se hace y queda por el otro lado.
En nuestro país muchas cosas han sucedido y aún suceden y simplemente han pasado. Dice Juan E. Pardinas que: En 1972, cuando el PRI tenía el monopolio absoluto del poder político, Jesús Reyes Heroles (JRH) era el líder de aquel partido que lo gobernaba todo. En un discurso en Aguascalientes, don Jesús sentenció: «No queremos luchar con el viento, con el aire; lo que resiste apoya. Requerimos una sana resistencia que nos apoye en el avance político de México». El hombre sabio del viejo PRI advertía con este aforismo los enormes riesgos de un gobierno sin una oposición firme a su propio poder. Hasta ahí la cita.
Es importante voltear a ver la historia electoral de nuestro país para valorar la democracia que tenemos como un hecho que se queda. Hace un buen de tiempo que nuestra democracia tuvo que andar con andadera como bebé que recién aprende a caminar para no caerse. La primera elección presidencial constitucional de nuestro querido México fue el 11 de marzo de 1917. Lo que nosotros hacemos ya en forma habitual cada seis años, para los habitantes de aquel tiempo era literalmente un experimento pues aún tenían fresca en su memoria la dictadura de Porfirio Díaz, quien ya se había ido a Francia en el buque de carga alemán de nombre Ypiranga, pero aún flotaba en el ambiente la densa brisa dictatorial del sátrapa oaxaqueño. Éramos entonces un país recién salido de la dictadura y con firmes anhelos de ser demócratas.
En esta era constitucional que se inició como ya mencioné en 1917, han pasado veinte elecciones presidenciales, de las cuales solo las últimas cinco, desde 1997, incluyendo la del domingo pasado, han sido organizadas por un instituto autónomo eminentemente perfectible, primero el IFE y después el INE.
Las anteriores elecciones las organizaba el gobierno federal, a través de la Comisión Federal Electoral. Este dato es contundente para entender que definitivamente no se puede hablar de auténtica democracia en México antes de 1997. Este estilo electoral, fue lo que inspiró al escritor peruano, ahora español, Mario Vargas Llosa a etiquetar a México como la dictadura perfecta, y a quien Enrique Krauze le corrigió la página al precisar que más que una dictadura éramos una dictablanda.
En ese tenor se dice que la primera elección presidencial verdaderamente competida, fue la de 1988. La cual dejó muchas lecciones. Dos años después, en 1990, nacería el IFE, que tomaba la estafeta a la Comisión Federal Electoral. Se concretaba así, varios años después, el sueño del secretario de Gobernación de JLP, el perilustre JRH.
Sucede que tanto tiempo anhelamos como sociedad tener una democracia y la que teníamos nos parecía imperfecta y demasiado defectuosa. Pasaron los años y paradójicamente tuvo que ganar el que, cuando perdía, siempre se quejaba; pero ahora ese que se quejaba ganó y sus oponentes en vez de quejarse le regalan un gesto que engrandece nuestra democracia, que además de darle empaque la fortalece.
Mi querido y sesudo lector, dice el escritor Ambrose Bierce, en su libro titulado “Diccionario del cínico” que la ambición de los políticos es el deseo obsesivo de ser calumniado por los enemigos en vida, y ridiculizado por los amigos después de la muerte. Hoy AMLO cosecha el fruto de una semilla sembrada en nuestro país por un demócrata fuera de tiempo como lo fue Don JRH.
Tenemos todo listo para ser una verdadera democracia, solo falta que con el paso del tiempo se sumen los demócratas, pues tenemos los “aparentes demócratas” que cuando llegan al poder se obsesionan tanto con él, que lo quieren prolongar en “interpósita persona”, como los Moreira en Coahuila y hoy los Moreno Valle en Puebla. Esperemos que no sea el caso de AMLO dentro de seis años.
El tiempo hablará.