Emociones. Alemania vs México.
A la memoria de Andrés Juárez Ríos, (QEPD).
19/06/2018 – Creo que gran parte de las enfermedades son el resultado de emociones reprimidas. Paulo Coelho.
Muy querido y dilecto lector, el domingo pasado fue apoteósico en lo referente a las emociones que el futbol nos brinda. Dejarte llevar en forma, por demás, deliberada por las emociones que me instigó este juego fue una vivencia que me súper encantó, amén de producir en mí una auténtica catarsis, la cual puedes catalogar de curiosa y peculiarmente estúpida por el origen de la misma, pero la inteligencia que aporta mi esencia unineuronal, poca o mucha, me hizo suponer que dejarme llevar por toda esta maraña de estímulos propiciada por esta montaña rusa del futbol, era saludable después de tantos desaguisados en la etapa electoral que estamos viviendo.
La esperanza y la unidad que la selección mexicana sembró en la mayoría de los mexicanos, algo que ningún político ha logrado, me hace pensar si verdaderamente todo esto es fatal e irremediablemente intrascendente a corto, mediano o largo plazo. Nuestra mente es maravillosa, lo sepamos o no, en la cotidianidad de nuestra vida referente a la parte conductual nos movemos en dos extremos, lo racional y lo emocional. Y como todo en exceso es malo, incluyendo la virtud, creo que debemos ocuparnos un poco o un mucho en analizar estas chispas de vida que nos brindan ese elemento que a veces menospreciamos como son las emociones.
De cierto tiempo a la fecha había considerado que con en el devenir de la vida que me ha tocado vivir, me había convertido en un monstruo existencial, en un minotauro antropológico que no tenía estímulos emocionales. Por ejemplo, en situaciones cuando debería de asomar el enojo o la alegría desbordada en mi vida, lo que aparecía era un narrador ficticio, el necio antropólogo que me habita y que simplemente analiza las causas de los estímulos y los efectos en las emociones y los describe para que en forma empírica descubrir si las teorías de la conducta que habitan mi mente son reales o son mitos.
Recuerdo cuando falleció mi padre en el 2003, uno de mis hermanos reaccionó con un llanto que en ese momento me pareció exagerado, después aterricé que lo exagerado fue mi falta de emociones; ante mí se evidenció en su máxima expresión el monstruo de la frialdad que también me habita. Me vino a la mente aquella escena de la película «El Padrino» de Mario Puzo en la que Michael Corleone, personificado magistralmente por Al Pacino llega al hospital donde está su padre mal herido y se da cuenta que está solo y en franca posición para ser eliminado por sus oponentes, en ese momento llega uno de los tantos personajes que había ayudado con un ramo de flores, Michael considera que es importante jugar con las apariencias para salvar la vida de su padre y decide ponerse en la entrada del hospital en aparente estado de defensa, proyectando una falsa posición de hombre armado. El hombre desconocido que había llegado a visitar a Don Vito Corleone estaba empapado de miedo, y esto fue dramáticamente evidente cuando al encender un cigarro las manos del desconocido temblaban como paciente con Parkinson pero las de Michael estaban en paz, con una serenidad glacial, un muro de tempano. Un control total de sus emociones o una ausencia definitiva de las mismas.
Pero bueno, la idea no es proyectar en la columna mi nepotismo, muy de moda en nuestro estado, es más que nada rescatar de vivencias personales elementos para avalar las ventajas de tener emociones como las que disfruté en el juego de Alemania vs México. Me perdí, o más bien me dejé llevar, fue la hora de un almuerzo en familia que inició en mí con falta de apetito, pude haberlo evitado pero no, dejé que fluyera, tenía necesidad que las emociones me rebasaran, en un diálogo fugaz conmigo mismo acepté no oponer resistencia, fue un acto deliberado de mi voluntad, es como cuando te vas a dejar caer por un tobogán, el “Point of No Return” no está a la mitad del camino como en la aeronáutica, sino en el inicio mismo de la aventura.
No sé si se valga decir que en esta espiral de saludable frenesí, la locura rebasó la cordura, no podía estar sentado, sentía hormigueo en mi estómago, me preguntaba que, si yo estaba así, cómo podría estar el entrenador Osorio, mi hermano Guillermo, en forma cordial y afectuosamente impertinente me respondió: A Osorio le pagan por eso, a ti no. Eso me pudo haber retornado a la frialdad aburrida de mi estado racional pero disfruté la álgida emoción del triunfo de la selección mexicana en un mundial sobre Alemania y sobre el campeón del mundo, dos paquetes en uno que hasta el domingo pasado era inconcebible suponer. Hoy es una realidad. Este triunfo lo disfrutó la mayoría de los mexicanos. Me pregunto, este triunfo, ¿a qué candidato beneficia?
El tiempo hablará.