De política y cosas peores

Armando Fuentes

24/01/18

Sólo una vez estuve con Colosio. Quería él conocerme, y me invitó a desayunar en sus oficinas de la Sedesol, secretaría de la cual era entonces titular. La charla fue agradable. Compartíamos una afición: el arte -hoy olvidado, por fortuna- de la declamación. Ambos habíamos ganado trofeos de primer lugar en los concursos de la escuela recitando cosas como «Mamá, soy Paquito» y «Tres años hace murió abuelita». O dos, ya no me acuerdo. Le relaté una anécdota de su ciudad de origen, Magdalena, en Sonora. El Zútari, connotado borrachín del pueblo, iba por medio de la calle gritando mueras a los ricos que explotaban al proletariado. Los dinerosos del lugar – el notario, el gerente del banco, el principal abarrotero- se hallaban en la botica de la esquina en su tertulia diaria, y salieron al escuchar las voces del manifestante. «¿Por qué nos insultas, Zútari? -le reclamaron-. ¿Por qué pides nuestra muerte?». Replicó el temulento, despectivo: «¿Quién se ocupa de ustedes, viejos güinientos? (Las güinas son las pulgas de los perros)-. Yo me refiero a Rockefeller, a Rothschild, a Carnegie.». En la oficina de Colosio había un cuadro con un mapa pirograbado en cuero que mostraba las misiones fundadas por el Padre Kino en la Alta California. Elogié el mapa por su interés y su belleza. Esa tarde llegué al aeropuerto y oí por el altavoz mi nombre. Se me pedía presentarme en el mostrador de información. Ahí estaba un enviado con el cuadro. Colosio me pedía que lo aceptara como recuerdo de nuestra reunión. Cual tesoro conservo su regalo. (La primera frase de este artículo: «Sólo una vez estuve con Colosio», y esta otra: «Cual tesoro conservo su regalo», son como versos endecasilábicos, restos de mi pasado de declamador). A otro gran personaje conocí en tiempo más lejano: don Agustín Basave Fernández del Valle. Jalisciense de origen, regiomontano de adopción, fue, a más de un gran maestro, un gran caballero. Por sus ideas -era católico y panista- se le hizo objeto de villanos ataques en el plantel oficial donde enseñaba. Salí en su defensa, articulista en ciernes, y días después recibí en mi casa de Saltillo una gran caja que contenía una treintena o más de libros. «Soy pródigo en obras y en hijos», decía don Agustín en su mensaje de agradecimiento. De ahí nació una amistad que se prolongó a lo largo del tiempo, tan corto. Nos reuníamos a comer en el Luisiana, tradicional restorán de Monterrey (¡Ah, el ossobuco del Luisiana! ¡Ah, el helado al horno!), y cada comida con él era para mí una cátedra. Pasó el tiempo -¡cómo pasa el canalla!-, y ahora los jóvenes Luis Donaldo Colosio y Agustín Basave se postulan como precandidatos a diputado federal por un partido que no es el PRI ni el PAN. Manifestó Colosio hijo: «Yo creo que si mi padre reviviera probablemente volvería a morir al ver a su partido». Y Agustín Basave Alanís dijo que la política en Nuevo León está secuestrada por personas que reparten las posiciones a sus incondicionales para mantener el poder y enriquecerse. Posiblemente los dos hallarán después en su partido las mismas tachas que en los demás advierten, pero no cabe duda de que en su acción hay congruencia, valentía, y un evidente propósito de superar los vicios de la política que ahora padecemos. Su presencia en el escenario electoral es muestra de que la nueva generación quiere participar en la lucha contra los males de la vida pública: la corrupción, la impunidad, la ilegalidad, la. (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborador se extiende durante 215 fojas útiles y vuelta en la enumeración de las lacras que afligen al país, relación que nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). FIN.Sólo una vez estuve con Colosio. Quería él conocerme, y me invitó a desayunar en sus oficinas de la Sedesol, secretaría de la cual era entonces titular. La charla fue agradable. Compartíamos una afición: el arte -hoy olvidado, por fortuna- de la declamación. Ambos habíamos ganado trofeos de primer lugar en los concursos de la escuela recitando cosas como «Mamá, soy Paquito» y «Tres años hace murió abuelita». O dos, ya no me acuerdo. Le relaté una anécdota de su ciudad de origen, Magdalena, en Sonora. El Zútari, connotado borrachín del pueblo, iba por medio de la calle gritando mueras a los ricos que explotaban al proletariado. Los dinerosos del lugar – el notario, el gerente del banco, el principal abarrotero- se hallaban en la botica de la esquina en su tertulia diaria, y salieron al escuchar las voces del manifestante. «¿Por qué nos insultas, Zútari? -le reclamaron-. ¿Por qué pides nuestra muerte?». Replicó el temulento, despectivo: «¿Quién se ocupa de ustedes, viejos güinientos? (Las güinas son las pulgas de los perros)-. Yo me refiero a Rockefeller, a Rothschild, a Carnegie.». En la oficina de Colosio había un cuadro con un mapa pirograbado en cuero que mostraba las misiones fundadas por el Padre Kino en la Alta California. Elogié el mapa por su interés y su belleza. Esa tarde llegué al aeropuerto y oí por el altavoz mi nombre. Se me pedía presentarme en el mostrador de información. Ahí estaba un enviado con el cuadro. Colosio me pedía que lo aceptara como recuerdo de nuestra reunión. Cual tesoro conservo su regalo. (La primera frase de este artículo: «Sólo una vez estuve con Colosio», y esta otra: «Cual tesoro conservo su regalo», son como versos endecasilábicos, restos de mi pasado de declamador). A otro gran personaje conocí en tiempo más lejano: don Agustín Basave Fernández del Valle. Jalisciense de origen, regiomontano de adopción, fue, a más de un gran maestro, un gran caballero. Por sus ideas -era católico y panista- se le hizo objeto de villanos ataques en el plantel oficial donde enseñaba. Salí en su defensa, articulista en ciernes, y días después recibí en mi casa de Saltillo una gran caja que contenía una treintena o más de libros. «Soy pródigo en obras y en hijos», decía don Agustín en su mensaje de agradecimiento. De ahí nació una amistad que se prolongó a lo largo del tiempo, tan corto. Nos reuníamos a comer en el Luisiana, tradicional restorán de Monterrey (¡Ah, el ossobuco del Luisiana! ¡Ah, el helado al horno!), y cada comida con él era para mí una cátedra. Pasó el tiempo -¡cómo pasa el canalla!-, y ahora los jóvenes Luis Donaldo Colosio y Agustín Basave se postulan como precandidatos a diputado federal por un partido que no es el PRI ni el PAN. Manifestó Colosio hijo: «Yo creo que si mi padre reviviera probablemente volvería a morir al ver a su partido». Y Agustín Basave Alanís dijo que la política en Nuevo León está secuestrada por personas que reparten las posiciones a sus incondicionales para mantener el poder y enriquecerse. Posiblemente los dos hallarán después en su partido las mismas tachas que en los demás advierten, pero no cabe duda de que en su acción hay congruencia, valentía, y un evidente propósito de superar los vicios de la política que ahora padecemos. Su presencia en el escenario electoral es muestra de que la nueva generación quiere participar en la lucha contra los males de la vida pública: la corrupción, la impunidad, la ilegalidad, la. (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborador se extiende durante 215 fojas útiles y vuelta en la enumeración de las lacras que afligen al país, relación que nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). FIN.OJO. Dice «Luisiana», no «Louisiana». Gracias.  MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. ¿Recuerdas, Terry, la primera vez que oíste el trueno de la tempestad? Casi todos los perros tiemblan cuando cae un rayo y se escucha su fragor. El «Fox» y el «Moro», los perrazos daneses que cuidaban por la noche mi colegio de niño, gemían asustados y se ocultaban abajo de las camas al tronar la tormenta en La Escondida, el rancho donde los hermanos lasallistas pasaban sus vacaciones de verano. Tú, Terry mío, eras un cachorrito cocker. Tenías unas semanas de nacido; te acomodaba yo en el hueco de la mano. Pero al oír aquel primer trueno de tu vida corriste hacia la puerta y le ladraste al enemigo oculto. Todos reímos tu infantil alarde, y más cuando, callado el trueno, volviste a nosotros la mirada con orgullo como diciendo: «Estén tranquilos. Ya se fue». Jamás tuviste miedo de los truenos, Terry. Anciano ya, seguías ladrándoles para que huyeran y no nos asustaran. Siempre nos defendiste de los peligros del cielo y de la tierra. De ti aprendí, perro amigo, perro hermano, a no temer las tempestades. Así como vienen, Terry, así se van. Cuando llegue la próxima tormenta me acordaré de ti y no le temeré. ¡Hasta mañana!…

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