De política y cosas peores

Armando Fuentes

10/08/18

Dice un antiguo dicho: «El médico y el cura no tienen hora segura». Pasaba ya la medianoche cuando sonó el teléfono en la casa de aquel joven pediatra. Quien llamaba era una angustiada madre de familia. «¡Venga pronto, doctor! -clamó desesperada-. ¡Mi bebé tiene una pierna dobladita!». «Tardaré algo en llegar, señora -respondió el facultativo-. En este momento mi esposa tiene dobladitas las dos». El papá de Pepito lo reprendió: «¿Cómo es posible que hayas salido reprobado en el examen de Música?». Explicó el chiquillo: «Es que no llevé acordeón». La señorita Peripalda, catequista, se compró un perico. Seguía la tradición de las solteronas de antes, que a causa de tal costumbre eran llamadas «cotorronas». Por desgracia el tal loro le salió muy majadero. Con la mayor naturalidad decía palabras como «pendejo», «cabrón», «chingado» y otras de similar jaez. (Entre paréntesis, según una linda leyenda esos voquibles les fueron enseñados a los indios de México por los frailecitos franciscanos venidos de España en tiempos de la Colonia. Hicieron que los aprendieran para que no blasfemaran al maldecir como hacían los españoles. La idea dio resultado: los mexicanos decimos aquellas palabrotas, pero no nos metemos con Dios, con la Virgen o con la hostia, como se hace en la península). La señorita Peripalda le contó al buen padre Arsilio acerca de su soez cotorro. El sacerdote le dijo que él tenía una periquita que se la pasaba todo el tiempo en oración. Rezaba el Alabado, la Magnífica, la porla, el confiteor, el agnusdéi y el Ángelus, a más de un extenso repertorio de letanías, responsos y jaculatorias. Supuso el señor cura que si ponían a la piadosa cotorrita en la jaula del lenguaraz perico seguramente éste dejaría de maldecir. Así lo hicieron. Cuando el loro tuvo ante sí a la periquita le dijo, soez como siempre: «¡Quihubo, mamacita! ¿Nos echamos uno?». «¡Claro que sí, guapo! -respondió, feliz, la cotorrita-. ¡Eso es lo que pedía en mis oraciones!». En tiempos de política -y en México todos los tiempos son de política- las especulaciones brotan como hongos, los más de ellos venenosos. Vamos a suponer -«es un supongando», se dice en el Potrero- que a Manlio Fabio Beltrones, priista de los de antes, no le hubiera gustado la decisión de los tres sectores del PRI (Peña Nieto, Peña Nieto y Peña Nieto) de ungir como candidato a la Presidencia a José Antonio Meade, que no es priista ni de los de antes ni de los de ahora. Vamos a suponer que el dicho señor Beltrones, molesto por tal designación, hubiera convocado a su gente y le hubiera dicho: «Tenemos qué hacer algo». Y supongamos que eso hubiera llegado a conocimiento de Peña Nieto. Habría venido entonces un manotazo presidencial. Eso explicaría por qué Alejandro Gutiérrez está en la cárcel en representación de Manlio Fabio Beltrones. (El hilo, ya se sabe, se rompe por lo más delgado). También explicaría el hecho de que Gutiérrez haya sido apresado en forma jurídicamente cuestionable, lo cual, si las aguas vuelven a su nivel y el fallido insurgente torna a su redil, servirá para ponerlo en libertad. Finalmente eso explicaría por qué el sonorense, ayer encumbrado, hoy amenazado, está buscando el amparo de la justicia federal para no ser llevado tras las rejas. Estaríamos en presencia entonces de una advertencia a Beltrones para que recuerde que debe acatar sin decir ni pío la omnímoda voluntad del Gran Elector. Todo esto, vuelvo a decirlo, es mera especulación. Un supongando, como se dice en el Potrero. Aunque habrá que repetir las palabras de aquella viejecita que al confesarse le decía al sacerdote: «Me acuso, padre, de levantar falsos que luego salen ciertos». FIN.Dice un antiguo dicho: «El médico y el cura no tienen hora segura». Pasaba ya la medianoche cuando sonó el teléfono en la casa de aquel joven pediatra. Quien llamaba era una angustiada madre de familia. «¡Venga pronto, doctor! -clamó desesperada-. ¡Mi bebé tiene una pierna dobladita!». «Tardaré algo en llegar, señora -respondió el facultativo-. En este momento mi esposa tiene dobladitas las dos». El papá de Pepito lo reprendió: «¿Cómo es posible que hayas salido reprobado en el examen de Música?». Explicó el chiquillo: «Es que no llevé acordeón». La señorita Peripalda, catequista, se compró un perico. Seguía la tradición de las solteronas de antes, que a causa de tal costumbre eran llamadas «cotorronas». Por desgracia el tal loro le salió muy majadero. Con la mayor naturalidad decía palabras como «pendejo», «cabrón», «chingado» y otras de similar jaez. (Entre paréntesis, según una linda leyenda esos voquibles les fueron enseñados a los indios de México por los frailecitos franciscanos venidos de España en tiempos de la Colonia. Hicieron que los aprendieran para que no blasfemaran al maldecir como hacían los españoles. La idea dio resultado: los mexicanos decimos aquellas palabrotas, pero no nos metemos con Dios, con la Virgen o con la hostia, como se hace en la península). La señorita Peripalda le contó al buen padre Arsilio acerca de su soez cotorro. El sacerdote le dijo que él tenía una periquita que se la pasaba todo el tiempo en oración. Rezaba el Alabado, la Magnífica, la porla, el confiteor, el agnusdéi y el Ángelus, a más de un extenso repertorio de letanías, responsos y jaculatorias. Supuso el señor cura que si ponían a la piadosa cotorrita en la jaula del lenguaraz perico seguramente éste dejaría de maldecir. Así lo hicieron. Cuando el loro tuvo ante sí a la periquita le dijo, soez como siempre: «¡Quihubo, mamacita! ¿Nos echamos uno?». «¡Claro que sí, guapo! -respondió, feliz, la cotorrita-. ¡Eso es lo que pedía en mis oraciones!». En tiempos de política -y en México todos los tiempos son de política- las especulaciones brotan como hongos, los más de ellos venenosos. Vamos a suponer -«es un supongando», se dice en el Potrero- que a Manlio Fabio Beltrones, priista de los de antes, no le hubiera gustado la decisión de los tres sectores del PRI (Peña Nieto, Peña Nieto y Peña Nieto) de ungir como candidato a la Presidencia a José Antonio Meade, que no es priista ni de los de antes ni de los de ahora. Vamos a suponer que el dicho señor Beltrones, molesto por tal designación, hubiera convocado a su gente y le hubiera dicho: «Tenemos qué hacer algo». Y supongamos que eso hubiera llegado a conocimiento de Peña Nieto. Habría venido entonces un manotazo presidencial. Eso explicaría por qué Alejandro Gutiérrez está en la cárcel en representación de Manlio Fabio Beltrones. (El hilo, ya se sabe, se rompe por lo más delgado). También explicaría el hecho de que Gutiérrez haya sido apresado en forma jurídicamente cuestionable, lo cual, si las aguas vuelven a su nivel y el fallido insurgente torna a su redil, servirá para ponerlo en libertad. Finalmente eso explicaría por qué el sonorense, ayer encumbrado, hoy amenazado, está buscando el amparo de la justicia federal para no ser llevado tras las rejas. Estaríamos en presencia entonces de una advertencia a Beltrones para que recuerde que debe acatar sin decir ni pío la omnímoda voluntad del Gran Elector. Todo esto, vuelvo a decirlo, es mera especulación. Un supongando, como se dice en el Potrero. Aunque habrá que repetir las palabras de aquella viejecita que al confesarse le decía al sacerdote: «Me acuso, padre, de levantar falsos que luego salen ciertos». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Me habría gustado conocer a Russ Sehon. Gran conocedor del beisbol, era buscador de talentos para los Royals de Kansas City. Su especialidad era conseguir buenos pitchers para su equipo. En cierta ocasión charlaba con Carl Blando, también experto en el Rey de los Deportes. Carl trabajaba para los Yanquis de Nueva York, y su tarea era la misma que de la su colega: encontrar lanzadores de calidad.  Empezaron los dos a discutir qué era más importante en el picheo: el control o la velocidad. Blando opinó a favor del control. Dijo: -A mí dame un pitcher que pueda poner la bola en el lugar donde se necesita. ¿Velocidad? Un trailero puede lanzar una pelota a 100 millas por hora. Le preguntó Sehon: -¿Tienes el nombre del trailero? Me habría gustado conocer a Russ Sehon.  Sabía hacer la pregunta oportuna en el momento oportuno. (Y además tenía sentido del humor). ¡Hasta mañana!…

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