Armando Fuentes
03/01/18
«Padezco eyaculación prematura». Así le dijo el angustiado señor a la atractiva médica. Ella se inclinó para hacer la anotación en su expediente, y al hacerlo dejó ver las opulencias de su ubérrimo tetamen. Inquirió la doctora: «¿En qué momento de la relación termina usted?». Respondió con voz feble el desdichado: «Ya». Le digo a don Abundio el del Potrero: «¡Cómo pasa el tiempo!». «No, licenciado -me corrige ese filósofo natural-. El tiempo siempre está. Nosotros somos los que pasamos». Mi tío Felipe -nunca he podido determinar si era un gran sabio o un grandísimo cínico- decía que el amor hace que el tiempo vuele, y el tiempo hace que vuele el amor. A lo que voy es a recordar que el primer día de enero de 1973 cayó en Saltillo una hermosísima nevada. Todos los periódicos que entonces había en mi ciudad -los dos- dijeron que la Alameda se había vestido de novia. Ese día el ingeniero Luis Horacio Salinas Aguilera rindió protesta como Presidente Municipal de Saltillo. Mi inolvidable amigo Salvador Flores Guerrero comentó que el nuevo alcalde tenía seguramente influencias allá arriba, pues consiguió que nevara en esa fecha, con lo cual su toma de posesión se efectuó en un marco de belleza. El ingeniero Salinas ha sido uno de los mejores alcaldes que ha tenido mi ciudad. Se rodeó de excelentes colaboradores, entre los cuales estuvieron otros dos amigos muy queridos: el arquitecto Alfonso Gómez Lara, que realizó con el alcalde una labor de construcción de viviendas de interés social sin precedente en el país, y el licenciado Onésimo Flores Rodríguez, quien llevó a cabo una intensa obra cultural que todavía se recuerda. Pues bien: el ingeniero Salinas Aguilera tuvo el primero de enero de este año una satisfacción que debe haberlo emocionado profundamente: asistió a la toma de posesión de Manolo Jiménez Salinas, nieto suyo, como Presidente Municipal de Saltillo. Manolo es joven, jovencísimo, pero ha mostrado ya cualidades de buen político que lo llevaron a ganar arrolladoramente la elección. En el acto en que rindió protesta dio a conocer su programa de trabajo y convocó a todos los saltillenses, sin distinción de partidos, dijo, a participar en la tarea de hacer de Saltillo una ciudad mejor. A la ceremonia de toma de posesión asistió el Gobernador Riquelme, a quien el público aplaudió de pie cuando anunció la realización por su gobierno de obras de beneficio para la ciudad y el municipio, que estuvieron olvidados por la anterior administración estatal. Yo, presente en la ocasión en mi carácter de Cronista de la Ciudad, sentí igualmente el impulso de ponerme en pie y aplaudir -con ambas manos, para mayor efecto- el ofrecimiento que hizo el Gobernador de propiciar en Saltillo actividades culturales tendientes a dar nuevo brillo a su antiguo título de «La Atenas del Norte». Recibí una alegría adicional: la de ver en el foro a Jaime Bueno Zertuche representando al Congreso del Estado. Hijo de un muy apreciado ex alumno mío, lo conozco desde niño. Obtuvo las máximas calificaciones en todas las escuelas donde cursó estudios, y posee una calidad humana excepcional. Así pues, Miguel Riquelme ha iniciado con buenos augurios una nueva era en la vida de mi estado, y Manolo Jiménez da principio a un nuevo capítulo en la vida de mi ciudad. Atrás queda el pasado. El futuro para Coahuila y para Saltillo se mira promisorio. Que todo sea para bien… El encargado del censo le preguntó al señor: «¿Cuál es su nombre?». Respondió él: «Juajuajuán Pepepérez». «Extraño nombre» -comentó el visitante. Respondió el entrevistado: «En realidad me iba a llamar Juan Pérez, pero mi papá era tartamudo y el oficial del Registro Civil era un hijo de la tiznada». FIN.
OJO: Dice «Juajuajuán», con acento, y «Pepepérez», con acento también. Gracias.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Dice un refrán antiguo: «Febrero y las mujeres, mil pareceres». Por lo que hemos visto, este enero trae dos mil.
En el momento en que empecé a escribir esto la niebla que cubría el ventanal no me dejaba ver las plantas del jardín. Ahora, minutos después, un sol radiante entra por la ventana, y puedo ver hasta el último rincón de mi alma.
En un abrir y cerrar de suéter la temperatura pasa de un grado bajo cero a 5 sobre lo mismo, y en seguida otra vez a cero grados. Así no hay meteorólogo que atine. Quienes anuncian el tiempo tendrán que decir como aquél que hacía sus pronósticos y añadía luego: «Todo esto si Dios quiere».
Las cosas del clima son muy opinables. Cuando llueve a cántaros la gente de la ciudad dice, molesta: «¡Qué feo está el tiempo!». Quienes viven en el campo exclaman con alegría: «¡Qué bonito está el tiempo!».
Pienso que lo importante es saber disfrutar los días, sean de frío o de calor, sean soleados o de bruma. Yo disfruto cada día como si fuera el último. Más aún: lo gozo como si fuera el primero. Mientras me quede tiempo diré todos los días: «¡Qué bonito está el tiempo!».
¡Hasta mañana!…