Ma. Teresa Medina Marroquín
31/07/2017
De la disfunción democrática a lo irremediable
La confusión, miedo y consternación que sufren la mayoría de los mexicanos son, en gran medida, aprovechados por las mafias políticas para agudizar el clima de corrupción y violencia.
Con todo eso, las autoridades federales de este país siguen obstinadas en meterse en los asuntos internos de Venezuela, como si el estado de cosas en todo México no estuviera provocando una parálisis en estratégicos temas gubernamentales como la economía y la seguridad.
Pero el tema ya se volvió eterno. O no quiere ser corregido. Y a estas alturas es tanto el pesimismo social que muy pocos creen que -gane quien gane la Presidencia de la República en 2018- el país no saldrá de su miseria, atraso e inseguridad, pese a sus riquezas naturales.
Es tanta la pérdida de confianza en el sistema político mexicano y su fracaso abismal, que hasta un prestigiado diplomático de nombre Enrique Berruga coloca (en términos “novelescos”) la relación de México con Estados Unidos en una situación extrema, derivada de la crisis interna que parece ser irreversible y ubica a los mexicanos como incapaces de resolver sus propios problemas.
En su novela “El american dream”, Berruga escribe con “humor punzante y provocador” un prólogo titulado “Cuando Estados Unidos nos anexe por irremediables”.
En esta introducción este personaje advierte de un escenario (supuestamente ficticio):
“Ante el hecho de tener como vecino a un país incapaz de gobernarse, un grupo de connotados estadounidenses se propone «salvar a México de sí mismo» y anexarlo a la Unión Americana, de la cual la nación sería la estrella 51 y en el trance quedaría barrida una clase política indolente y corrupta. ¿Quién podría lamentarlo?”.
Pues francamente nadie. A estos niveles tan bajos en los que hemos caído como nación, seguramente nadie lamentaría que Estados Unidos nos absorbiera, aunque me temo que esa anexión ya se dio desde hace mucho tiempo en otra forma mucho más práctica y menos costosa para el imperio que ahora gobierna Donald Trump, pero que ahora no hay tiempo de profundizar.
Sólo basta saber que México es, como se afirma, el segundo país más violento del mundo y por ende bastante corrupto, cuya mayoría de individuos en el poder sólo van por el saqueo de las arcas públicas, alentados por la impunidad y porque en este país la demanda de la razón y la moral pública se convirtieron en espectáculo y burla de los poderosos.
Y aunque duela reconocerlo el país ha dejado de ser una sociedad civilizada, ya que su disfunción democrática es a todas luces incurable y porque así le conviene que funcione a su clase política completamente pervertida e irracional, acompañada por una plutocracia infestada por la misma enfermedad.
Tampoco quisiera decir que mi país está inmerso en una fase terminal, pero la paciencia de todos los sectores sociales y productivos que viven en orden y decentemente ya se acabó.
Si el sucesor de Enrique Peña Nieto no logra superar en cuestión de meses, y no de años, la tragedia que se vive, creo sinceramente que a pocos mexicanos les importará muy poco que el país entero sea anexado por la fuerza militar a Estados Unidos. Los políticos traidores (y no la ciudadanía) provocarían el fin de la nación.
Como igual están provocando que desde Estados Unidos nuevamente se repita lo que se decía de México en 1846, señalándolo de ser un país “pobre, perturbado, en anarquía, casi en ruinas”, y que según el entonces presidente norteamericano James Polk, México nada podía hacer para evitar “el avance de nuestra grandeza, nosotros somos anglosajones americanos y era nuestro destino poseer y gobernar este continente”.
Ese desastre llevó a nuestro país a perder en esas mismas fechas, hace 170 años, más de la mitad de su territorio. Hoy ese mismo determinismo ronda por los más de tres mil kilómetros de frontera, mientras que aquí todo sigue igual:
Todos van por el poder, por los presupuestos, por los negocios, por los cargos de elección popular, por el control de los partidos políticos. Pero nadie está dispuesto a sacrificar nada a cambio de tanto.
¿Cómo diablos le podrían interesar al pueblo mexicano los mensajes que Estados Unidos nos envían, advirtiendo que en cualquier momento se anexarán todo el país? Qué pena que a pesar de que como pueblo presumamos tener una gran cultura, no se haya aprendido casi nada en más de 200 años de independencia. Sigamos así y vendrán por todo. Lo de Mexamérica es puro cuento y nuestra democracia ni a eso llega.
¡Excelente inicio de semana!